ADIOS A LAS ARMAS

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OPINAN LOS GRANDES ECONOMISTAS



JOSEPH STIGLITZ Premio nobel de economía. Profesor de la Universidad de Columbia.

 SEGÚN JOSEPH STIGLITZ,PREMIO NOBEL DE ECONOMIA, EL ORIGEN DE LA CRISIS MUNDIAL ACTUAL ESTÁ EN EL EXCESO DE GASTO ARMAMENTISTA Y LAS GUERRAS DE IRAK E IRAN 




Los ataques terroristas perpetrados por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 tenían la intención de hacer daño a Estados Unidos, y lo consiguieron, pero en formas que Osama bin Laden probablemente nunca imaginó. La respuesta del presidente George W. Bush a los atentados puso en riesgo los principios básicos de Estados Unidos, socavando su economía y debilitando su seguridad.
El origen del paro y el déficit en EE UU se puede remontar a las guerras en Afganistán e Irak
El ataque a Afganistán posterior a los ataques del 11 de septiembre fue comprensible, pero la posterior invasión de Irak fue totalmente ajena a Al Qaeda, a pesar de que Bush trató de establecer un vínculo. Aquella guerra que se eligió librar se convirtió rápidamente en una guerra muy costosa, y alcanzó magnitudes que fueron más allá de los 60.000 millones de dólares que se dijeron al principio, ya que a una colosal incompetencia se sumaron tergiversaciones deshonestas.
De hecho, cuando Linda Bilmes y yo calculamos los costes de la guerra para Estados Unidos hace tres años, la cifra conservadora osciló entre 3 y 5 billones de dólares. Desde aquel entonces, los costes han aumentado todavía más. Debido a que casi el 50% de las tropas que regresan cumplen los requisitos para recibir algún tipo de paga por incapacidad, y hasta el momento más de 600.000 de ellos han sido atendidos en instalaciones médicas para veteranos, ahora calculamos que los pagos por incapacidad y asistencia médica en el futuro alcanzarán en total una cifra que va de 600.000 a 900.000 millones. Sin embargo, los costes sociales, reflejados en los suicidios de veteranos (hasta 18 por día en los últimos años) y las desintegraciones familiares, son incalculables.
Aun en el caso de que Bush fuese perdonado por llevar a Estados Unidos y a gran parte del resto del mundo a la guerra con pretextos falsos y se le perdonara por tergiversar el costo de dicha decisión, no hay excusa para la forma en que eligió financiarla. La suya fue la primera guerra en la historia pagada enteramente a crédito. Mientras que Estados Unidos entraba en batalla, teniendo déficits ya muy elevados por su recorte de impuestos del año 2001, Bush decidió lanzar una nueva ronda de alivio tributario para los ricos.
Hoy en día, Estados Unidos centra su atención en el desempleo y el déficit. El origen de estas dos amenazas al futuro del país se puede remontar, y no en poca medida, a las guerras en Afganistán e Irak. El aumento en los gastos de defensa, junto con los recortes tributarios de Bush, conforman la razón clave por la que Estados Unidos pasó de un superávit fiscal del 2% del PIB cuando Bush fue elegido a su lamentable déficit y situación de deuda de hoy en día. El gasto público directo en dichas guerras, hasta el momento, asciende a aproximadamente dos billones de dólares, lo que significa 17.000 por cada hogar estadounidense, y aún hay facturas pendientes que aumentarán dicha cifra en más del 50%.
Es más, como Bilmes y yo mismo argumentamos en nuestro libro The Three Trillion Dollar War (la guerra de los tres billones de dólares), las guerras han contribuido a la debilidad macroeconómica de Estados Unidos, lo que ha exacerbado su déficit y deuda. Entonces, como ahora, la agitación en Oriente Próximo condujo a precios del petróleo más elevados, lo que obligó a los estadounidenses a gastar en importaciones de petróleo un dinero que de otra manera podría haberse gastado en la compra de bienes producidos en Estados Unidos.
Pero en aquel entonces la Reserva Federal escondió estas debilidades creando una burbuja inmobiliaria que condujo a un boom de consumo. Se necesitarán años para superar el excesivo endeudamiento y la crisis inmobiliaria resultantes.
Irónicamente, las guerras han debilitado la seguridad de Estados Unidos (y del mundo), una vez más en formas que Bin Laden no hubiera podido imaginar. Una guerra impopular hubiera dificultado el reclutamiento militar, pero como Bush trató de engañar a Estados Unidos sobre los costos de la guerra, financió insuficientemente a las tropas, incluso negándose a hacer gastos básicos; por ejemplo, fondos para vehículos blindados y resistentes a las minas que son necesarios para proteger vidas estadounidenses o fondos para la adecuada asistencia médica de los veteranos que regresan. Un tribunal de Estados Unidos dictaminó recientemente que los derechos de los veteranos habían sido violados. (¡Sorprendentemente, el Gobierno de Obama afirma que se debe restringir el derecho de los veteranos a apelar ante los tribunales!).
La extralimitación militar ha provocado el predecible nerviosismo sobre el uso de la fuerza. Otros se han dado cuenta de ello, y eso también ha debilitado la seguridad de Estados Unidos. Pero la verdadera fuerza de Estados Unidos, en vez de encontrarse en su poder militar y económico, se encuentra en su poder blando, en su autoridad moral. Y dicho poder también se debilitó, ya que Estados Unidos violó derechos humanos básicos como el hábeas corpus y el derecho a no ser torturado, lo que puso en duda su compromiso histórico con el respeto al derecho internacional.
En Afganistán e Irak, Estados Unidos y sus aliados sabían que para alcanzar la victoria a largo plazo se necesita ganar corazones y opiniones. Pero los errores cometidos en los primeros años de dichas guerras complicaron la ya difícil batalla. El daño colateral de la guerra ha sido enorme: según algunas versiones, más de un millón de iraquíes han muerto, ya sea de manera directa o indirecta, a causa de la guerra. Según algunos estudios, al menos 137.000 civiles han muerto violentamente en Afganistán e Irak en los últimos diez años; solo entre los iraquíes hay 1,8 millones de refugiados y 1,7 millones de personas desplazadas dentro del mismo país.
No todas las consecuencias fueron desastrosas. Los déficits -a los que las guerras financiadas con deuda han contribuido tan poderosamente- han forzado ahora a Estados Unidos a afrontar la realidad de sus restricciones presupuestarias. El gasto militar de Estados Unidos sigue siendo casi igual al gasto que hace el resto del mundo en su conjunto, dos décadas después del fin de la guerra fría. Algunos de los gastos que se aumentaron fueron destinados a las costosas guerras en Irak y Afganistán y a la más amplia guerra global contra el terrorismo, pero la mayor parte se desperdició en armas que no funcionan contra enemigos que no existen. Ahora, por fin, esos recursos serán reasignados, y Estados Unidos probablemente obtenga mayor seguridad pagando menos.
Al Qaeda, a pesar de no haber sido derrotada, ya no parece ser la amenaza tan importante que surgió con los ataques del 11 de septiembre. Pero el precio pagado para llegar a este punto, en Estados Unidos y en los demás países, ha sido enorme, y en su mayoría evitable. El legado estará con nosotros durante mucho tiempo. Vale la pena pensar antes de actuar.
Joseph Stiglitz es premio Nobel de Economía y profesor de la Universidad de Columbia. (c) Project Syndicate, 2011. Traducción de Rocío L. Barrientos.


Comentario : Joseph Stiglits no comenta en este artículo  que estas dos guerras como cualquiera otras, suponen una oportunidad única para la obtención de lucro en inversiones millonarias que desvían el dinero de inversiones productivas, y lo dirigen no sólo a inversiones improductivas sino claramente destructoras en términos de economía global. Sólo hay que pensar en el lucro conseguido por algunos pocos en la venta de armas a la región en los últimos diez años o la especulación sobre los precios del petróleo , alimentos, etc. etc. hasta conseguir un frenazo productivo global con las secuelas de ruínas económicas familiares, paro, hambre , etc. “ La miseria necesaria, dicen, de tanta gente” ( Raimón, cantautor, año 1968).

Sólo nos queda esperar que la situación actual evolucione hacia un cambio positivo y no hacia una guerra global como ocurrió en el pasado siglo XX


 


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         Javier L. Noriega

 La grave situación financiera que atraviesa Defensa, con una deuda de 26.518 millones derivada de los grandes programas de compra de armamento, ha llevado al ministerio a proponer medidas extraordinarias. Entre ellas, aplazar pagos hasta 15 años más y condonar hasta 14.000 millones en créditos a sus contratistas.



La deuda por sistemas de armas es de 26.518 millones




Javier L. Noriega - Madrid - 20/10/2011 - 07:00




El Ministerio de Defensa se enfrenta no a un problema de coyuntura presupuestaria sino a un problema financiero, complejo y estructural ... que afectará profundamente a la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas en las próximas décadas". Este párrafo resume la situación económica del departamento que dirige Carme Chacón y es una de las conclusiones de los tres informes restringidos que Defensa ha remitido al Congreso de los Diputados y a los que ha tenido acceso CincoDías.
En ellos, se analizan los problemas financieros y presupuestarios que tiene el ministerio y se proponen medidas que permitan salvar una situación insostenible, calificada como "problema de Estado", que "puede provocar la parálisis operativa de las Fuerzas Armadas".
Las dificultades de Defensa son consecuencia de los grandes programas de compra de armamento, iniciados con los Gobiernos de Aznar y continuados con los de Rodríguez Zapatero. La adquisición de los tanques Leopard, los blindados Pizarro, los cazas Eurofighter, el avión de transporte A-400M, las fragatas F-100 y, así, hasta 19 sistemas de armas sumaron unos costes iniciales de 23.960 millones de euros.
Sin embargo, modificaciones contractuales posteriores, revisiones de precios y partidas abiertas sitúan el coste real, a día de hoy, en 33.756,8 millones, un 40% más. De ese total, la deuda que quedará pendiente al cierre de 2011 ascenderá a 26.518 millones.
Insuficiencia
Con estas cifras, y pese a que los pagos se encuentran fraccionados hasta 2025, Defensa estima que tendrá un déficit para atender todas sus necesidades de inversión de entre 12.483 y 23.897 millones en el periodo. Para hacerse una idea de la situación, su actual presupuesto de inversiones es de 1.005 millones de euros, pero hay previstos pagos anuales de 2.000 millones solo por estos programas.
Para poder desbloquear esta situación crítica, el ministerio propone tres medidas inmediatas. La primera es el aplazamiento de pagos o entregas de los sistemas de armas adquiridos. Defensa tiene previsto aprobar una extensión del calendario de pagos hasta 2030 (cinco años más que en la actualidad), pero en sus informes plantea la posibilidad de extenderlo hasta el año 2040 (15 más).
La segunda medida es la que considera "medular" para la reestructuración necesaria. Se trata de una "condonación" de hasta 14.000 millones de euros en créditos a sus contratistas (que, en la práctica, casi solo son tres: EADS, Navantia y GD Santa Bárbara Sistemas). Una medida "drástica" pero que "ayudaría a plantear una solución al colapso financiero".
Técnicamente, la "condonación" sería una compensación. Para financiar estos programas especiales de armamento, lo habitual es que el Ministerio de Industria conceda a las empresa unos anticipos reintegrables a tipo cero, a veces hasta por el 100% del contrato. Así, las empresas pueden iniciar sus trabajos sin coste financiero alguno. Luego, según entregan los sistemas, Defensa va pagando lo pactado por contrato. A medida que reciben estos pagos, las empresas devuelven los préstamos de Industria.
Con la "condonación", se busca que los contratistas no tengan que devolver los créditos a Industria y se den por pagados con estos anticipos. Esto amortiguaría la falta de liquidez de Defensa y reduciría su deuda.
La tercera gran medida pasa por anular algunos de los pedidos realizados, revender unidades y mejorar la gestión de contratos, lo que podría generar ahorros de entre 4.734 y 11.502 millones.
De forma complementaria, Defensa también propone titulizar deuda a través del ICO y elevar la financiación por parte de Industria en el corto plazo.

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PAUL KRUGMAN

 

Bombas, puentes y puestos de trabajo por Paul Krugman

Publicado por el País 6.11.2011

Hace unos años, el representante Barney Frank acuñó una expresión acertada para muchos de sus compañeros: keynesianos armamentistas, definidos como aquellos que creen "que el Gobierno no crea puestos de trabajo cuando financia la construcción de puentes o investigaciones importantes o reconvierte a los trabajadores, pero cuando construye aviones que nunca van a usarse en un combate, eso es, por supuesto, la salvación económica". Ahora mismo, los keynesianos armamentistas se muestran enardecidos (lo que hace que éste sea un buen momento para ver lo que realmente está pasando en los debates sobre la política económica).
Los keynesianos armamentistas se oponen a los recortes en Defensa por su impacto en el empleo
Lo que está haciendo saltar a los defensores de los grandes gastos militares es la proximidad del plazo tope para que el llamado supercomité acuerde un plan para la reducción del déficit. Si no se llega a ningún acuerdo, se supone que ese fracaso desencadenará recortes en el presupuesto de defensa.
Ante esta perspectiva, los republicanos -que normalmente insisten en que el Gobierno no puede crear empleo y que han defendido que la clave para la recuperación está en un gasto federal menor, no mayor- se han apresurado a oponerse a cualquier recorte en el gasto militar. ¿Por qué? Porque, según dicen, esos recortes destruirían empleo.
Por eso, el representante republicano por California Buck McKeon atacó en su día el plan de estímulo de Obama diciendo que "lo que California o este país necesita no es más gasto". Pero, hace dos semanas, McKeon -que ahora es el presidente del Comité de Servicios Armados de la Cámara- advertía en The Wall Street Journal que los recortes en Defensa que se prevé que se producirán si el supercomité no consigue llegar a un acuerdo eliminarían puestos de trabajo y harían subir la tasa de paro.
¡Menuda hipocresía! ¿Pero qué hace que esta forma concreta de hipocresía sea tan imperecedera?
Empecemos por lo primero: el gasto militar sí crea empleo cuando la economía está deprimida. De hecho, muchas de las pruebas de que la economía keynesiana funciona provienen del seguimiento de los efectos de los rearmes del pasado. A algunos liberales no les gusta esta conclusión, pero la economía no es una cuestión de moralidad: el gasto en cosas que a uno no le gustan sigue siendo gasto, y más gasto crearía más empleo.
¿Pero por qué iba alguien a preferir gastar en destrucción que gastar en construcción, o fabricar armas que construir puentes?
El mismísimo John Maynard Keynes proponía una respuesta parcial hace 75 años, cuando se fijó en la curiosa "preferencia por formas completamente derrochadoras de gastar los préstamos en lugar de por formas parcialmente derrochadoras, las cuales, debido a que no son completamente derrochadoras, tienden a ser juzgadas según principios empresariales estrictos". Efectivamente. Gasten dinero en algún objetivo útil, como la promoción de las nuevas fuentes de energía, y la gente empezará a gritar: "¡Solyndra! ¡Despilfarro!". Gasten dinero en un sistema de armas que no necesitamos y esas voces se mantendrán calladas, porque nadie espera que los F-22 sean una buena propuesta de negocio.
Para abordar esta preferencia, Keynes propuso juguetonamente enterrar botellas llenas de dinero en minas abandonadas y dejar que el sector privado las desenterrase. En esa misma línea, yo insinuaba hace poco que una falsa amenaza de invasión alienígena que requiriese un enorme gasto antialienígena podría ser justo lo que necesitamos para volver a poner la economía en marcha.
Pero también hay motivos más siniestros tras el keynesianismo armamentista.
Por un lado, admitir que el gasto público en proyectos útiles puede crear empleo es admitir que dicho gasto puede, de hecho, ser bueno, que a veces el Gobierno es la solución, no el problema. El miedo a que los votantes puedan llegar a la misma conclusión es, diría yo, el principal motivo por el que la derecha siempre ha considerado la economía keynesiana una doctrina de izquierdas, cuando en realidad no lo es en absoluto. Sin embargo, el gasto en proyectos inútiles o, aún mejor, destructivos no les plantea a los conservadores el mismo problema.
Aparte de eso, hay un argumento defendido hace mucho tiempo por el economista polaco Michael Kalecki: admitir que el Gobierno puede crear empleo equivale a empequeñecer la supuesta importancia de la confianza empresarial.
Los llamamientos a la confianza siempre han sido un punto de debate clave para quienes se oponen a los impuestos y la regulación; las quejas de Wall Street respecto al presidente Barack Obama forman parte de una larga tradición en la que los empresarios adinerados y sus relaciones públicas sostienen que cualquier indicio de populismo por parte de los políticos molestará a las personas como ellos y que esto es malo para la economía. Sin embargo, una vez que uno reconoce que el Gobierno puede intervenir directamente para crear empleo, esa queja pierde mucha de su fuerza persuasiva, de modo que la economía keynesiana debe rechazarse, excepto en aquellos casos en los que se utilice para defender contratos lucrativos.
Así que me alegro del repentino auge del keynesianismo armamentista, que está revelando la realidad que se oculta tras nuestros debates políticos. Básicamente, quienes se oponen a cualquier programa serio de creación de empleo saben perfectamente bien que dicho programa probablemente funcionaría, por la misma razón por la que los recortes en defensa harían subir el paro. Pero no quieren que los votantes sepan lo que ellos saben, porque eso perjudicaría sus planes más generales: mantener a raya la regulación y los impuestos de los ricos.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y fue premio Nobel en 2008. © 2011 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

Comentario:  En cualquier caso el papel del Estado moderno ha de ser revisado.  Las redes sociales a través de internet están dando a conocer cuales son las reglas del juego, no ciertamente democráticas, que organizan y mantienen los estados.  Es posible que el proceso democratizador que seguirá al conocimiento de la realidad política y social actual lleve  a una  refundación de los estados al exigir mayores cotas de democracia.  Los estados actuales  y  las organizaciones a que han dado lugar (ONU, FMI, OMS etc.) tienen un déficit democrático evidente, no son democráticas ( sólo formalmente).

 Cuando se tiene miedo a la consulta popular para  tomar decisiones sobre aspectos que condicionan nuestras vidas, y las decisiones económicas lo son, no se debe hablar de democracia.

Siguiendo el argumento del profesor Paul Krugman, no sólo EEUU sino todos los estados modernos están atrapados en el keynesianismo armamentista. Se niega la nacionalización estatal de la banca o los medios de producción cuando el estado existe precisamente gracias a la nacionalización de una determinada fuerza militar. 

Es posible que las políticas keynesianas no sean políticas apropiadas precisamente por la estructura y las reglas de juego de los estados actuales cuyas estructuras económicas se basan en gran parte en la producción armamentista. Aunque evidentemente tampoco lo son las políticas llamadas neoliberales, porque no hacen sino extender el esquema del armamentismo y su correspondiente estructura económica a nivel global.

La respuesta a la actual crisis económica no es un aumento del papel del estado tal y como lo entendemos ahora sino la democracia. En la situación actual ambos conceptos aparecen en oposición. Sólo habrá verdadero  estado democrático cuando se pacte el final del armamentismo.