Hoy los luchadores de siempre por la
libertad y la fraternidad, los que adoptamos como brújula el sentido
humanista de la vida, nos volvemos a encontrar batallando en la
calle, como antaño en la prensa y la tribuna, contra los enemigos
del Pueblo.
Prólogo del libro "El sentido de la vida" por Félix Marti
Ibañez 1937 Ed Potlatch. La Laguna.
18/03/13 Por Jorge Beinstein
Conceptos tales como “keynesianismo
militar” o “economía de la guerra permanente” constituyen
buenos títulares para entender el largo ciclo de prosperidad
imperial de los Estados Unidos: su despegue, hace algo más de siete
décadas, su auge y el ingreso reciente en la etapa de agotamiento
que abre un proceso militarista-decadente actualmente en curso.
Guerra y economía
En 1942 Michal Kelecki exponía el esquema básico de lo que posteriormente fue conocido como “keynesianismo militar”. Apoyándose en la experiencia de la economía militarizada de la Alemania nazi, el autor señalaba las resistencias de las burguesías de Europa y Estados Unidos a la aplicación de políticas estatales de pleno empleo basadas en incentivos directos al sector civil y su predisposición a favorecerlas cuando se orientaban hacia las actividades militares (2)
Más adelante Kalecki ya en plena Guerra Fría describía las características de lo que calificaba como triángulo hegemónico del capitalismo norteamericano que combinaba la prosperidad interna con el militarismo descrito como convergencia entre gastos militares, manipulación mediática de la población y altos niveles de empleo (3).
Esta línea de reflexión, a la que se adhirieron entre otros Harry Magdoff, Paul Baran y Paul Sweezy, planteaba tanto el éxito a corto-meddio plazo de la estrategia de “manteca + cañones” (“Guns and Butter Economy”) que fortalecía al mismo tiempo la cohesión social interna de los Estados Unidos y su presencia militar global, como sus límites e inevitable agotamiento a largo plazo.
Sweezy y Baran pronosticaban (acertadamente) hacia mediados de los años 1960 que uno de los límites decisivos del sistema provenía de la propia dinámica tecnológica del keynesianismo militar, pues la sofisticación técnica creciente del armamento tendía inevitablemente a aumentar la productividad reduciendo sus efectos positivos sobre el empleo y que la cada vez más costosa carrera armamentista tendría efectos nulos o incluso negativos sobre el nivel general de ocupación (4). Es lo que se hizo evidente desde fines de los años 1990, cuando se inició una nueva etapa de gastos militares ascendentes que continúa en la actualidad, marcando el fin de la era del keynesianismo militar.
Ahora, el desarrollo en los Estados Unidos de la industria de armas y sus áreas asociadas incrementa el gasto público causando déficit fiscal y endeudamiento, sin contribuir a aumentar en términos netos el nivel general de empleo.
En realidad, su peso financiero y su radicalización tecnológica contribuyen de manera decisiva a mantener altos niveles de desocupación y un crecimiento económico nacional anémico o negativo transformándose así en un catalizador que acelera y profundiza la crisis del Imperio (5).
Por otra parte los primeros textos referidos a la llamada “economía de la guerra permanente” aparecieron en los Estados Unidos a comienzos de los años 1940. Se trataba de una visión simplificadora que, por lo general, subestimaba los ritmos y atajos concretos de la historia, pero que hoy resulta sumamente útil para comprender el desarrollo del militarismo a largo plazo.
Hacia 1944 Walter Oakes definía una nueva fase del capitalismo donde los gastos militares ocupaban una posición central; no se trataba de un hecho coyuntural impuesto por la Segunda Guerra Mundial en curso, sino de una transformación cualitativa integral del sistema capitalista cuya reproducción ampliada universal durante más de un siglo había terminado por generar masas de excedentes de capital que no encontraban en las potencias centrales espacios de aplicación en la economía civil productora de bienes y servicios de consumo y producción.
La experiencia de los años 1930, como señalaba Oakes, demostraba que ni las obras públicas del New Deal de Roosevelt en los Estados Unidos, ni la construcción de autopistas en Alemania nazi habían conseguido una significativa recuperación de la economía y el empleo: sólo la puesta en marcha de la economía de guerra, en Alemania primero y desde 1940 en los Estados Unidos, había logrado dichos objetivos (6). En el caso alemán la carrera armamentista terminó con una derrota catastrófica, en el caso norteamericano la victoria no llevó a la reducción del sistema militar-industrial sino a su expansión.
Al reducirse los efectos de la guerra, la economía de los Estados Unidos comenzó a enfriarse y el peligro de recesión asomó su rostro, pero el inicio de la guerra fría y luego la guerra de Corea (1950) alejaron al fantasma abriendo un nuevo ciclo de gastos militares.
En octubre de 1949 el profesor de la Universidad de Harvard Summer Slichter, de gran prestigio en ese momento, señalaba ante una convención de banqueros: “La Guerra Fría incrementa la demanda de bienes, ayuda a mantener un alto nivel de empleo, acelera el progreso tecnológico, todo lo cual mejora el nivel de vida en nuestro país.… en consecuencia nosotros deberíamos agradecer a los rusos su contribución a que el capitalismo funcione mejor que nunca en los Estados Unidos” .
Hacia 1954 aparecía la siguiente afirmación en la revista U.S. News & World Report: “¿Qué significa para el mundo de los negocios la Bomba H?: un largo período de grandes ventas que se incrementarán en los próximos años. Podríamos concluir con esta afirmación: la bomba H ha arrojado a la recesión por la ventana” (7).
Como señalaba a comienzos de los años 1950 T. N. Vance, uno los teóricos de la “economía de la guerra permanente”, los Estados Unidos habían ingresado en una sucesión de guerras que definían de manera irreversible la orientación de la sociedad- Después de la guerra de Corea, sólo cabía esperar nuevas guerras (8).
En su texto fundacional de la teoría, Walter Oakes realizaba dos pronósticos decisivos: la inevitablidad de una tercera guerra mundial que ubicaba hacia 1960 y el empobrecimiento de los trabajadores norteamericanos desde fines de los años 1940, provocado por la dinámica de concentración de ingreso orquestada por el complejo militar-industrial (9).
Podemos en principio considerar dichos pronósticos desacertados. No se produjo la tercera guerra mundial aunque se consolidó la Guerra Fría que mantuvo la ola militarista durante más de cuatro décadas, a través se dos guerras regionales (Corea y Vietnam) y una serie de pequeñas y medianas intervenciones imperiales directas e indirectas. Cuando se esfumó la Guerra Fría, luego de un breve intermedio en los años 1990, la guerra universal del Imperio prosiguió contra nuevos “enemigos” (“guerras humanitarias”, “guerra global contra el terrorismo”, etc.). La oferta de servicios militares del “aparato militarista” y las áreas asociadas al mismo, creaban e inventaban su propia demanda.
Tampoco se produjo el empobrecimiento de las clases bajas de los Estados Unidos. Por el contrario, la redistribución keynesiana de ingresos se mantuvo hasta los años 1970. El nivel de vida de los trabajadores y las clases medias mejoró sustancialmente, funcionó la interacción positiva entre militarismo y prosperidad general. A eso contribuyeron varios factores: la ampliación de la explotación de la periferia gracias a la emergencia de los Estados Unidos como superpotencia debido a su aparato militar, el restablecimiento de las potencias capitalistas afectadas por la guerra (Japón, Europa Occidental) que se asociaron en esta nueva era estrechamente a los Estados Unidos y el enorme efecto multiplicador de los gastos militares sobre el consumo interno, el empleo y la innovación tecnológica. Algunos de estos factores, subestimados por Oakes, sí habían sido señalados a mediados de los años 1960 por Sweezy y Baran (10).
Sin embargo la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca (1980) marcó una ruptura en la tendencia (aunque ya desde los años 1970 habían aparecido los primeros síntomas) y se inició un proceso de concentración de ingresos en menos manos que fue avanzando cada vez más rápido en las décadas posteriores. Entre 1950 y 1980 el 1 % más rico de la población de los Estados Unidos absorbía cerca del 10 % del Ingreso Nacional (entre 1968 y 1978 se mantuvo por debajo de esa cifra) pero a partir de comienzos de los años 1980 esa participación fue ascendiendo. Hacia 1990 llegaba al 15 % y en 2009 se aproximaba al 25 %.
Por su parte el 10 % más rico absorbía el 33 % del Ingreso Nacional en 1950, manteniéndose siempre por debajo del 35 % hasta fines de los años 1970, pero en 1990 ya llegaba al 40 % y en 2007 al 50 % (11).
El salario promedio fue ascendiendo en términos reales desde los años 1940 hasta comienzos de los años 1970 en que comenzó a descender y un cuarto de siglo más tarde había bajado en casi un 20 % (12). A partir de la crisis de 2007-2008 con el rápido aumento de la desocupación se han acelerado la concentración de ingresos y la caída salarial. Algunos autores utilizan el término “implosión salarial” (13). Una buena expresión del deterioro social es el aumento de los estadounidenses que reciben bonos de ayuda alimentaria (“food stamps”), dicha población indigente era de casi 3 millones en 1969 (en plena prosperidad keynesiana), y subió a 21millones en 1980, a 25 millones en 1995 y a 47 millones en 2012 (14).
Mientras tanto los gastos militares no dejaron de crecer, impulsados por sucesivas olas belicistas incluidas en el primer gran ciclo de “ la guerra fría” (1946-1991) y en el segundo ciclo de la “guerra contra el terrorismo” y las “guerras humanitarias” desde fines de los años 1990 hasta el presente : Guerra de Corea, Guerra de Vietnam, “Guerra de las Galaxias” de la era Reagan, Guerra de Kosovo, Guerras de Irak y Afganistán, etc.
Después de la Segunda Guerra Mundial podemos establecer dos períodos bien diferenciados en la relación entre gastos públicos y crecimiento económico (y empleo) en los Estados Unidos. El primero abarca desde mediados de los años 1940 hasta fines de los años 1960 en el que los gastos públicos crecen y las tasas de crecimiento económico se mantienen en un nivel elevado, son los años dorados del keynesianismo militar. En el segundo los gastos públicos siguen subiendo tendencialmente pero las tasas de crecimiento económico oscilan en torno de una línea descendente, marcando la decadencia y fin del keynesianismo: el efecto multiplicador positivo del gasto público declina inexorablemente hasta llegar al dilema sin solución, evidente en estos últimos años de crecimientos económicos anémicos, donde la reducción del gasto estatal tiene fuertes efectos recesivos mientras que su incremento (cada vez menos posible) no mejora de manera significativa la situación. De la misma manera que el “éxito” del capitalismo liberal en el siglo XIX produjo las condiciones de su crisis, su superador keynesiano también ha generado los factores de su posterior decadencia.
La marcha exitosa del capitalismo liberal concluyó con una gigantesca crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que desató rivalidades interimperialistas y militarismo que estalló bajo la forma de Primera Guerra Mundial (1914-1918). La “solución” consistió en la expansión del Estado, en especial su estructura militar.Alemania y Japón fueron los pioneros.
La transición turbulenta entre el viejo y el nuevo sistema duró cerca de tres décadas (1914-1945) y de ella emergieron los Estados Unidos como única superpotencia capitalista que integró estratégicamente en su esfera de dominación a las otras grandes economías del sistema. El keynesianismo militar norteamericano aparece entonces como centro dominante de los Estados Unidos: el centro del mundo capitalista.
Vance señalaba que “con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos y el capitalismo mundial entraron en la era de la Economía de la Guerra Permanente” (15). Es la victoria definitiva del nuevo sistema capitalista, precedida por una compleja etapa preparatoria iniciada en la segunda década del siglo XX.
Su génesis está marcada por el nazismo, primer ensayo exitoso-catastrófico de “keynesianismo militar”. Su trama ideológica, que lleva hasta el límite más extremo el delirio de la supremacía occidental, sigue aportando ideas a las formas imperialistas más radicales de Occidente, como son los halcones de George W. Bush o los sionistas neonazis del siglo XXI. Por otra parte, estudios rigurosos del fenómeno nazi han descubierto no solo sus raíces europeas (fascismo italiano, nacionalismo francés, etc.) sino también sus raíces norteamericanas (16). Aunque luego de la guerra el triunfo de la economía militarizada en los Estados Unidos cambió su rostro en “civil” y “democrático”, ocultando sus undamentos bélicos.
La decadencia del keynesianismo militar tiene una primera explicación en su hipertrofia y en la integración en un espacio parasitario imperial más amplio, donde la trama financiera ocupa un lugar decisivo.
En una primera etapa el aparato industrial-militar y su entorno se expandió convirtiendo el gasto estatal en empleos directos e indirectos, en transferencias tecnológicas dinamizadoras para el sector privado, en garantía blindada de los negocios imperialistas externos, etc. Pero con el correr del tiempo, el ascenso de la prosperidad imperial incentivó a una multiplicidad de formas sociales que parasitaban sobre el resto del mundo al mismo tiempo que tomaban cada vez mayor peso interno.
Además, el continuo crecimiento económico terminó provocando saturaciones de mercados locales, acumulaciones crecientes de capital y concentración empresarial y de ingresos.
El capitalismo norteamericano y global se encaminaba hacia fines de los años 1960 hacia una gran crisis de sobreproducción que provocó perturbaciones importantes, las primeras bajo la forma de crisis monetarias (crisis de la libra esterlina, fin del patrón dólar-oro en 1971), luego energéticas (shocks petroleros de 1973-74 y 1979) acompañadas de desajustes inflacionarios y recesivos (“estanflación”).
En las décadas siguientes la crisis no fue superada sino amortiguada, postergada a través de la superexplotación y el saqueo de la periferia, la financierización, los gastos militares, etc. Todo ello no reinstaló el dinamismo de la postguerra aunque impidió el derrumbe. Suavizó la enfermedad a corto plazo, agravándola a largo plazo.
La tasa de crecimiento real de la economía norteamericana fue recorriendo de manera irregular una línea descendente y en consecuencia sus gastos improductivos crecientes fueron cada vez menos respaldados por la recaudación tributaria. Y al déficit fiscal se le sumó el déficit del comercio exterior perpetuado por la pérdida de competitividad global de la industria.
El Imperio se fue convirtiendo en un mega parásito mundial, acumuló deudas públicas y privadas ingresando en un círculo vicioso ya visto en otros imperios decadentes; el parasitismo degrada al parásito, lo hace más y más dependiente del resto del mundo, lo que exacerba su intervencionismo global, su agresividad militar.
El mundo es demasiado grande desde el punto de vista de sus recursos concretos (financieros, militares, etc.) pero el logro del objetivo históricamente imposible de dominación global es su única posibilidad de salvación como Imperio.
Los gastos militares y el parasitismo en general aumentan, los déficits crecen, la economía se estanca, la estructura social interna se deteriora… lo que Paul Kennedy definía como “excesiva extensión imperial” (17) es un hecho objetivo determinado por las necesidades imperiales que opera como una trampa histórica de la que el Imperio no puede salir.
Gastos militares
Los gastos militares de los Estados Unidos aparecen subestimados en las estadísticas oficiales. En 2012 los gastos del Departamento de Defensa llegaron a unos 700 mil millones de dólares, si a los mismos se les adicionan los gastos militares que aparecen integrados (diluidos) en otras áreas del Presupuesto (Departamento de Estado, USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias de seguridad, pagos de intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los 1,3 billones (millones de millones) de dólares (18). Esa cifra equivale a casi el 9 % del Producto Interior Bruto, al 50 % de los ingresos fiscales previstos, al 100 % del déficit fiscal.
Esos gastos militares reales representaron casi el 60 % de los gastos militares globales aunque si les sumamos los de sus socios de la OTAN y de algunos países vasallos extra-OTAN como Arabia Saudita, Israel o Australia se llegaría como mínimo al 75 % (19)
A partir del gran impulso inicial en la Segunda Guerra Mundial y el descenso en la inmediata postguerra los gastos militares reales norteamericanos oscilaron alrededor de una tendencia ascendente atravesando cuatro grandes olas belicistas: la guerra de Corea a comienzos de los años 1950, la guerra de Vietnam desde los años 1960 hasta mediados de los años 1970, la “guerra de las galaxias” de la era Reagan en los años 1980 y las guerras “humanitarias” y “contra el terrorismo” de la post guerra fría.
El keynesianismo militar del Imperio ha quedado en el pasado, pero la idea de que guerra externa y prosperidad interna van de la mano sigue dominando el imaginario de vastos sectores sociales en los Estados Unidos, son restos ideológicos sin base real en el presente pero útiles para la legitimación de las aventuras bélicas.
Néstor Kirchner, ex presidente de Argentina, reveló en una entrevista con el director Oliver Stone para su documental “South of the Border”, que el ex presidente de los Estados Unidos George W. Bush estaba convencido de que la guerra era la manera de hacer crecer la economía de los Estados Unidos. El encuentro entre ambos presidentes se produjo en una cumbre en Monterrey, México, en enero de 2004, y la versión del presidente argentino es la siguiente: “Yo dije que la solución a los problemas en este momento, le comenté a Bush, es un Plan Marshall. Y él se enojó. Dijo que el Plan Marshall es una idea loca de los demócratas y que la mejor forma de revitalizar la economía es la guerra. Y que los Estados Unidos se han fortalecido con la guerra” (20).
Recientemente Peter Schiff, presidente de la consultora financiera “Euro Pacific Capital” escribió un texto delirante ampliamente difundido por las publicaciones especializadas cuyo título lo dice todo.” ¿Porque no otra Guerra mundial?” (21). Comenzaba su artículo señalando el consenso entre los economistas de que la Segunda Guerra Mundial permitió a los Estados Unidos superar la Gran Depresión y que si las guerras de Irak y Afganistán no consiguieron reactivar de manera durable a la economía norteamericana se debe a que “dichos conflictos son demasiado pequeños para ser económicamente importantes”.
Si enfocamos el análisis en relación con los gastos militares, el PIB y el empleo, constataríamos lo siguiente: los gastos militares pasaron de 2800 millones de dólares en 1940 a 91 mil millones en 1944, lo que impulsó el crecimiento del PIB nominal de 101 mil millones de dólares en 1940 a 214 mil millones en 1944 (se duplicó en solo cuatro años)- La tasa de desocupación apenas bajó del 9 % en 1939 al 8 % en 1940 pero en 1944 había caído al 0,7 % El primer salto importante en los gastos militares se produjo entre 1940 y 1941 cuando pasaron de 2800 millones de dólares a 12700 millones equivalentes al 10 % del PIB (22) proporción bastante parecida a la de 2012 (U$ 1,3 billones, aproximadamente 9 % del PBI). Esto significa que el gasto militar de 1944 equivalía a unas siete veces el de 1941. Si trasladamos ese salto a cifras actuales eso significa que el gasto militar real de los Estados Unidos debería llegar en 2015 a unos 9 billones (millones de millones) de dólares equivalentes por ejemplo a siete veces el déficit fiscal de 2012.
La sucesión de incrementos en el gasto público entre 2012 y 2015 acumularía una gigantesca masa de déficits que ni los ahorradores norteamericanos ni los del resto del mundo estarían en condiciones de cubrir comprando títulos de deuda de un imperio enloquecido.
Schift recuerda en su texto que los ahorradores norteamericanos compraron durante la Segunda Guerra Mundial 186 mil millones de dólares en bonos de deuda pública equivalentes al 75 % de la totalidad de gastos del gobierno federal entre 1941 y 1945 concluyendo que esa “proeza” es hoy imposible.
Simplemente, nos explica Schift llevando al extremo su razonamiento siniestro, no hay de donde obtener el dinero necesario para poner en marcha una estrategia militar-reactivadora similar a la de 1940-45.
En realidad esa imposibilidad es mucho más fuerte. La economía de los Estados Unidos de 1940 estaba dominada por componentes productivos, principalmente industriales, sin embargo actualmente el consumismo, toda clase de servicios parasitarios (empezando por la maraña financiera), la decadencia generalizada de la cultura de producción, etc. nos indican que ni aún aplicando una inyección de gastos públicos equivalente a la de 1940-45 se podría lograr una reactivación de esa envergadura. El parásito es demasiado grande, su senilidad está muy avanzada, no hay ninguna medicina keynesiana que lo pueda curar o que por lo menos sea capaz de restablecer una parte significativa de su vigor juvenil.
Privatización, informalización y elitización. El lumpen-imperialismo.
La guerra asiática, la más ambiciosa de la historia de los Estados Unidos, fracasó tanto desde el ángulo político-militar como del económico.La estrategia de dominación de la franja territorial que va desde los Balcanes hasta Pakistán pasando por Turquía, Siria, Irak, Iran y las ex repúblicas soviéticas de Asia central se encuentra hoy empantanada. Sin embargo, su desarrollo permitió transformar el dispositivo militar del Imperio convirtiendo su maquinaria de guerra tradicional en un sistema flexible, a medio camino entre las estructuras formales regidas por la disciplina militar convencional y las informales que agrupan una maraña confusa de núcleos operativos oficiales y bandas de mercenarios.
El proceso de integración de mercenarios a las operaciones militares tiene antecedentes en los tramos finales de la guerra fría, la organización de los “contras” en Nicaragua y de los “muyahidines” en Afganistán pueden ser considerada , en los años 1970 y 1980 como primeros pasos en las nuevas estrategias de intervención. Decenas de miles de mercenarios fueron en esos casos entrenados, armados y financiados con resultados exitosos para el Imperio.
Según diversos estudios sobre el tema, los Estados Unidos y Arabia Saudita gastaron unos 40 mil millones de dólares en las operaciones afganas (donde comenzó su carrera internacional el por entonces joven ingeniero Osama Bin Laden) asestando un golpe decisivo a la URSS (23).
Otro paso importante fueron las guerras étnicas en Yugoslavia durante los años 1990, donde los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, principalmente Alemania, desarrollaron una compleja tarea de desintegración de ese país cuyo éxito se apoyó en la utilización de mercenarios. El caso más notorio fue el de guerra de Kosovo donde se destacó el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo) cuyos integrantes eran principalmente reclutados desde redes mafiosas (tráfico de drogas, etc.) bajo el mando directo de la CIA, extendiendo sus lazos hasta el ISI (Servicio de Inteligencia de Pakistán). Actualmente, el “Estado” kosovar “independiente” aparece vinculado con la intervención de la OTAN en Siria. En Junio de 2012 el ministro de relaciones exteriores de Rusia exigía el cese de las operaciones de desestabilización de Siria realizadas desde Kosovo (24).
Estas nuevas prácticas de intervención fueron acompañadas por un cuidado proceso de reflexión de los estrategas imperiales debido a la derrota en Vietnam. La “Guerra de Baja Intensidad” fue uno de sus consecuencias. Y las teorizaciones en torno a la llamada “Guerra de Cuarta Generación (4GW)” consolidaron la nueva doctrina en cuyo escrito fundacional (1989), redactado por William Lind y tres miembros de las fuerzas armadas de los Estados Unidos y publicado en el “Marine Corps Gazete” (25), se borran las fronteras entre las áreas civil y militar: toda sociedad enemiga, en especial su identidad cultural, pasa a ser el objetivo de la guerra.
La nueva guerra es definida como descentralizada, poniendo el énfasis en la utilización de “fuerzas militares no estatales” ( paramilitares) y empleando tácticas de desgaste propias de las guerrillas,etc. A ello se agrega el empleo intenso del sistema mediático , tanto orientándolo contra la sociedad enemiga como abarcando a la llamada “opinión pública global” (el pueblo enemigo es al mismo tiempo atacado psicológicamente y aislado del mundo) y un combinado de acciones de guerra de alto nivel tecnológico. En este último caso se trata de aprovechar la gigantesca brecha tecnológica existente entre el Imperio y la periferia para golpear sin peligro de respuesta. Es lo que los especialistas denominan confrontación asimétrica (high-tech/no-tech).
Las estadísticas oficiales referidas a los mercenarios son por lo general confusas y parciales, de todos modos algunos datos provenientes de fuentes gubernamentales, civiles o militares, pueden ilustrarnos acerca de la magnitud del fenómeno. En primer lugar el Departamento de Defensa, principal contratista de mercenarios, incrementó su presupuesto destinado a esos gastos cerca de un 100 % entre el 2000 y el 2005. Para ello empleó modalidades propias de las grandes empresas transnacionales como la tercerización y la relocalización de actividades, lo que produjo una gigantesca expansión de negocios privados consagrados a la guerra… y financiados por el Estado. Generadores a su vez de intrincados entramados de corrupciones y corruptelas (26).
El llamado “Mando Central” militar de los Estados Unidos (US CENTCOM) dio a conocer recientemente algunos datos significativos: los mercenarios contratados reconocidos en el área de Medio Oriente-Asia Central llegan a 137 mil trabajando directamente para el Pentágono, de los cuales sólo unos 40 mil serían ciudadanos norteamericanos. Según datos del Departamento de Defensa sumando los datos de Afganistán e Irak se estaría en el terreno unos 175 mil soldados regulares y 190 mil mercenarios: el 52 % del total (27).
A estas cifras debemos añadir, en primer lugar, a los mercenarios contratados en otras áreas del Gobierno norteamericano, como el Departamento de Estado. A ello hay que sumar los contratos en zonas del mundo como África donde el AFRICOM (mando militar norteamericano en ese continente) ha incrementado exponencialmente sus actividades durante el último lustro. Además debemos incorporar a esa suma a los mercenarios actuando bajo el mando estratégico norteamericano contratados por países vasallos como las petromonarquías del Golfo Pérsico visible en los casos de Libia y Siria. Hay que añadir también los mercenarios operando en otras regiones de Asia y en América Latina.
Pero la cuenta no termina aquí, ya que a ese total es necesario agregar a las redes mafiosas y/o paramilitares que reúnen a un “personal disponible” en todos los continentes que se autofinancia gracias a actividades ilegales (drogas, prostitución, etc.) protegidas por diversas agencias de seguridad norteamericanas como la DEA o “ Agencias de Seguridad Privada”, muy presentes por ejemplo en América Latina, legalmente establecidas en los países periféricos, y estrechamente vinculadas a agencias privadas norteamericanas y/o a la DEA, la CIA u otros organismos de inteligencia del Imperio.
Y la lista sigue. Recientemente apareció publicada en el “Washington Post” referencia considerada como secreta (Top Secret America) sobre las agencias de seguridad que informa acerca de la existencia actual de 3202 agencias de seguridad (1271 públicas y 1931 privadas) que emplean a unas 854 mil personas trabajando en temas de “antiterrorismo”, seguridad interior e inteligencia en general, instaladas en unos 10 mil domicilios en el territorio de los Estados Unidos (28).
Sumando las cifras mencionadas y evaluando datos ocultos, algunos expertos hablan de un total aproximado (dentro y fuera del territorio de los Estados Unidos) próximo al millón de personas. Algunas de estas personas trabajan en la periferia haciendo espionaje, desarrollando manipulaciones mediáticas, activando “redes sociales”, etc. Comparemos ese dato con las aproximadamente 1 millón 400 mil personas que conforman el sistema militar público del Imperio.
Por su parte las tropas regulares han sufrido un rápido proceso de ruptura respecto de las normas militares convencionales, conformando comandos de intervención inscriptos en una dinámica abiertamente criminal. Es el caso del llamado JSOC, Comando Conjunto de Operaciones Especiales (Joint Special Operations Commando). Este comando secreto en línea directa con los de mandos del Presidente y del Secretario de Defensa está autorizado a elaborar su lista de futuros asesinatos, tiene su propia división de inteligencia, su flota de drones y aviones de reconocimiento, sus satélites e incluso sus grupos de ciber-soldados capaces de atacar redes de internet y dispone de numerosas unidades operativas.
Creado en 1980 fue silenciado por su estrepitoso fracaso en Irán cuando trató de rescatar al personal de la embajada norteamericana en Teherán, pero fue resucitado recientemente. En 2001 disponía de unos 1800 miembros, actualmente llegan a 25 mil. En los últimos tiempos ha realizado operaciones letales en Irak, Pakistán, Afganistán, Siria, Libia y muy probablemente en México y Colombia, etc. Se trata de un grupo de “escuadrones de la muerte” de alcance global, autorizado para realizar operaciones ilegales, desde asesinatos individuales o masivos hasta sabotajes, intervenciones propias de guerra psicológica, etc.
En Septiembre de 2003 Donald Runsfeld había dictado una resolución colocando al JSOC en el centro la estrategia “antiterrorista” global y desde entonces su importancia ha ido en ascenso pasando hoy a ser bajo la presidencia del premio nobel de la paz Barak Obama, una suerte de ejercito clandestino de claro perfil criminal a las órdenes directas del Presidente (29).
Las fuerzas de intervención de los Estados Unidos tienen hoy dia un sesgo claramente privado-clandestino. En plena “Guerra de Cuarta Generación” funcionan cada vez más al margen de los códigos militares y las convenciones internacionales.
Un reciente articulo de Andrew Bacevich describe las etapas de esta mutación que se ha producido durante la pasada década y que culminan actualmente en lo que el autor denomina “Era Wickers” ( apellido del actual subsecretario de inteligencia del Departamento de Defensa) orientada a la eliminación física de “ el enemigo” mediante el uso dominante de mercenarios, con campañas mediáticas, y actuaciones en las redes sociales. Todo ello destinado a desestructurar organizaciones y sociedades consideradas hostiles.
A comienzos del pasado año, la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton pronunció una frase que no requiere mayores explicaciones: “Los Estados Unidos se reservan el derecho de atacar en cualquier lugar del mundo a todo aquello que sea considerado como una amenaza directa para su seguridad nacional” (30).
Si añadimos a esta orientación mercenaria-gangsteril del Imperio, otros aspectos como la financierización integral de su economía dominada por el cortoplacismo, la acumulación acelerada de marginales y desintegración social interna ya que con una población total que representa el 5 % de la mundial tiene una masa de presos equivalentes al 25 % del total de personas encarceladas en todo el planeta, etc., llegaríamos a la conclusión de que estamos en presencia de una suerte de lumpen-imperialismo dominado por intereses parasitarios y embarcado en una lógica destructiva de su entorno que a su vez va degradando sus bases de sustentación interna (31).
La ilusión del metacontrol del caos.
Podríamos establecer la convergencia entre las hipótesis de la “economía de guerra permanente” y la del “keynesianismo militar”. Durante este último que representó la primera etapa del fenómeno (aproximadamente entre 1940 y 1970) se produjo la prosperidad imperial cuyos últimos logros ya mezclados con los síntomas de la crisis se prologaron hasta el final de la guerra fría. A esa etapa floreciente le sigue una segunda post keynesiana caracterizada por la dominación financiera, la concentración de ingresos, la caída salarial, la marginalización social y la degradación cultural. En en general donde el aparato militar opera como un acelerador de la decadencia provocando déficits fiscales, y endeudamientos públicos.
La opción por la privatización de la guerra aparece como una respuesta “eficaz” a la declinación del espíritu de combate de la población (dificultades crecientes en el reclutamiento forzado de ciudadanos a partir de la derrota de Vietnam). Sin embargo el remplazo del ciudadano-soldado por el soldado-mercenario o la presencia decisiva de este último termina tarde o temprano por provocar serios daños en el funcionamiento de las estructuras militares: no es lo mismo administrar a ciudadanos normales que a una masa de delincuentes.
Cuando el lumpen, los bandidos predominan en un ejército, el mismo se convierte en un ejército de bandidos. Y un ejército de bandidos ya no es un ejército. El potencial disociador de los mercenarios es a largo plazo de casi imposible control y su carencias en el combate no pueden ser compensadas sino muy parcialmente por despliegues tecnológicos sumamente costosos y de resultado incierto.
La conformación de fuerzas clandestinas no-mercenarias de élite, respaldadas por un aparato tecnológico sofisticado capaz de descargar golpes puntuales demoledores contra el enemigo, como es el caso del JSOC, son buenos instrumentos terroristas pero no remplazan las funciones de un ejército de ocupación y a mediano plazo (muchas veces a corto plazo) terminan por fortalecer el espíritu de resistencia del enemigo.
Podríamos sintetizar de manera caricaturesca a la nueva estrategia militar del Imperio a partir del predominio de diversas formas de “guerra informal” combinando mercenarios (muchos mercenarios) con escuadrones de la muerte (tipo JSOC), bombardeos masivos, drones, control mediático global, asesinatos tecnológicamente sofisticados de dirigentes periféricos. La guerra se elitiza, se transforma en un conjunto de operaciones mafiosas, se aleja físicamente de la población norteamericana y su cúpula dominante empieza a percibirla como un juego virtual dirigido por gangsters.
Por otra parte la adopción de estructuras mercenarias y clandestinas de intervención externa como forma dominante tiene efectos contraproducentes para el sistema institucional del Imperio tanto desde el punto de vista del control administrativo de las operaciones como de las modificaciones (y de la degradación) en las relaciones internas de poder. El comportamiento gangsteril, la mentalidad mafiosa termina por apoderarse de los altos mandos civiles y militares y se traduce al comienzo en acciones externas, periféricas y más adelante (rápidamente) en ajustes de cuentas, en conductas habituales al interior del sistema de poder.
El horizonte objetivo (más allá de los discursos y convicciones oficiales) de la “nueva estrategia” no es el establecimiento de sólidos regímenes vasallos, ni la instalación de ocupaciones militares duraderas controlando territorios de manera directa sino más bien desestabilizar, quebrar estructuras sociales, identidades culturales, degradar o eliminar dirigentes, las experiencias de Irak y Afganistán (y México) y más recientemente las de Libia y Siria confirman esta hipótesis.
Se trata de la estrategia del caos periférico, de la transformación de naciones y regiones más amplias en áreas desintegradas, balcanizadas, con estados- fantasmas, clases sociales (altas, medias y bajas) profundamente degradadas sin capacidad de defensa, sin resistencia ante los poderes políticos y económicos de Occidente que podrían así depredar impunemente sus recursos naturales, mercados y recursos humanos (residuales).
Este Imperialismo tanático del siglo XXI, se corresponde con tendencias desintegradoras en las sociedades capitalistas dominantes, en primer lugar la de los Estados Unidos. Esas economías han perdido su potencial de crecimiento, hacia finales de 2012. Luego de un lustro de crisis financiera oscilaban entre el crecimiento anémico (Estados Unidos), el estancamiento girando hacia la recesión (la Unión Europea) y la contracción productiva (Japón).
Los estados, las empresas y los consumidores están aplastados por las deudas, la suma de deudas públicas y privadas representan más del 500 % del Producto Bruto Interno en Japón e Inglaterra y más del 300 % en Alemania, Francia y los Estados Unidos donde el gobierno federal estuvo en 2011 al borde de hacer fallida. Y por encima de deudas y sistemas productivos financierizados existe una masa financiera global equivalente a unas veinte veces el Producto Bruto Mundial, motor dinamizador, droga indispensable del sistema que ha dejado de crecer desde hace aproximadamente un lustro y cuyo desinfle tratan de impedir los gobiernos de las potencias centrales.
Se presenta a la opinión pública la ilusión de una suerte de metacontrol estratégico desde las grandes alturas, desde las cumbres de Occidente sobre las tierras bajas, periféricas, donde pululan miles de millones de seres humanos cuyas identidades culturales e instituciones son vistas como obstáculos a la depredación.
Las elites de Occidente, el Imperio hegemonizado por los Estados Unidos, están cada día más convencidas de que dicha depredación prolongará su vejez, alejará el fantasma de la muerte.
El caos periférico aparece a la vez como el resultado concreto de sus intervenciones militares y financieras (producto de la reproducción decadente de sus sociedades) y como la base de feroces depredaciones.
El gigante imperial busca beneficiarse del caos pero termina por introducir el caos entre sus propias filas. La destrucción deseada de la periferia no es otra cosa que la autodestrucción del capitalismo como sistema global, su pérdida veloz de racionalidad.
La fantasía acerca del metacontrol imperialista del caos periférico expresa una profunda crisis de percepción, la creencia de que los deseos del poderoso se convierten fácilmente en hechos reales, lo virtual y lo real se confunden conformando un enorme pantano psicológico.
En realidad la “estrategia” de metacontrol imperial del caos, sus formas operativas concretas la convierten en una maraña de tácticas que tienden a conformar un todo crecientemente incoherente, prisionera del corto plazo. Lo que pretende convertirse en la nueva doctrina militar, en un pensamiento estratégico “ innovador” que responde a la realidad global, actual para facilitar la dominación imperialista del mundo no es otra cosa que una ilusión desesperada generada por la dinámica de la decadencia. Bajo la apariencia de ofensiva estratégica, se observan los manotazos históricamente defensivos de un sistema cuya cúpula imperial va perdiendo la capacidad de aprehensión de la totalidad real. La razón de estado se va convirtiendo en un delirio criminal extremadamente peligroso dado el gigantismo tecnológico de los Estado Unidos y sus socios europeos.
www.ecoportal.net
Notas
(*), Conferencia dictada en el Seminario “Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero de 2013.
(1), Ron Suskind, “Without a doubt: faith, certainty and the presidency of George W. Bush”, The New York Times, 17-10-04.
(2), Su exposición desarrollada en la Marshall Society (Cambridge) en la primavera de 1942 fue publicada el año siguiente. Michal Kalecki, “Political Aspects of Full Unemployment”, Political Quaterly, V 14, oct.-dec. 1943.
(3), Michal Kalecki, The Last Phase in the transformation of Capitalism, Monthly Review Press, Nueva York, 1972.
(4), Paul Sweezy & Paul Baran, Monopoly Capital, Monthly Review Press, Nueva York, 1966.
(5), Scoot B. MacDonald, “Globalization and the End of the Guns and Butter Economy”, KWR Special Report, 2007.
(6), Oakes, Walter J., “Towards a Permanent War Economy?”, Politics, February 1944.
(7), Ambas citas aparecen en el texto de John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Robert W. McChesney, “The U.S. Imperial Triangle and Military Spending”, Monthly Review, October 2008.
(8), Vance, T. N. 1950, “After Korea What? An Economic Interpretation of U.S. Perspectives”, New International, November–December; Vance, T. N. 1951, “The Permanent Arms Economy”, New International.
(9), Oakes, Walter J, artículo citado.
(10), Paul Sweezy & Paul Baran, libro citado.
(11), Thomas Piketty & Emmanuel Saez, “Top Incomes and the Great Recession: Recent Evolutions and Policy Implications”, 13th Jacques Polak Annual Research Conference, Washington, DC?November 8–9, 2012.
(12), Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.
(13), Lawrence Mishel and Heidi, “The Wage Implosion”, Economic Policy Institute, June 3, 2009.
(14), FRAC, Food Research and Action Center- SNAP/SNAP/Food Stamp Participation ().
(15), Vance T. N, “The Permanent War Economy”, New International, Vol 17, Nº 1, January-February 1951.
(16), Doménico Losurdo, “Las raices norteamericanas del nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos Aires.
(17), Paul Kennedy, “Auge y caída de las grandes potencias”, Plaza & James, Barcelona, 1989.
(18), Chris Hellman, “$ 1,2 Trillon: The Real U.S. National Security Budget No One Wants You to Know About”, Alert Net, March 1, 2011.
(19), Fuentes: SIPRI, Banco Mundial y cálculos propios.
(20), El video de la entrevista Kirchner-Stone publicado por Informed Comment/Juan Cole está localizado en: -angrily-said-war-would-grow-us-economy.html&ei=BYYCUYCnC4P88QSX3oGACA
(21), Peter D. Schiff, “Why Not Another World War ?”, Financial Sense, 19 Jul 2010.
(22), Vance T. N, 1950, artículo citado en (14).
(23), Dilip Hiro, “The Cost of an Afghan 'Victory'”, The Nation, 1999 February 15.
(24), “Una delegación de la oposición siria viajó a Kosovo, en abril de 2012, para la firma oficial de un acuerdo de intercambio de experiencias en materia de guerrilla antigubernamental”. Red Voltaire, “Protesta Rusia contra entrenamiento de provocadores sirios en Kosovo”, 6 de Junio de 2012.
(25), William S. Lind, Colonel Keith Nightengale (USA), Captain John F. Schmitt (USMC), Colonel Joseph W. Sutton (USA), and Lieutenant Colonel Gary I. Wilson (USMCR), “The Changing Face of War: Into the Fourth Generation”, Marine Corps Gazette, October 1989.
(26), David Isenberg, “Contractors and the US Military Empire”, Rise of the Right, Aug 14th, 2012.
(27), David Isenberg, “Contractors in War Zones: Not Exactly “Contracting”, TIME U. S., Oct. 09, 2012.
(28), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America. A hidden world, growing beyond control”, Washington
Post, July 19, 2010.
(29), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America, A look at the military's Joint Special Operations
Command”, The Washington Post, September 2, 2011.
(30), Andrew Bacevich, “Uncle Sam, Global Gangster”, TomDispatch.com, February 19, 2012.
(31), Narciso. Isa Conde, “Estados neoliberales y delincuentes”, Aporrea, 20/01/2008, .
Karen DeYoung and Karin Brulliard, “As U.S.-Pakistani relations sink, nations try to figure out ‘a new normal’”, The Washington Post /National Security, January 16, 2012.