Hoy los luchadores de siempre por la
libertad y la fraternidad, los que adoptamos como brújula el sentido
humanista de la vida, nos volvemos a encontrar batallando en la
calle, como antaño en la prensa y la tribuna, contra los enemigos
del Pueblo.
Prólogo del libro "El sentido de la vida" por Félix Marti
Ibañez 1937 Ed Potlatch. La Laguna.
18/03/13 Por Jorge
Beinstein
Conceptos tales como “keynesianismo
militar” o “economía de la guerra permanente” constituyen
buenos títulares para entender el largo ciclo de prosperidad
imperial de los Estados Unidos: su despegue, hace algo más de siete
décadas, su auge y el ingreso reciente en la etapa de agotamiento
que abre un proceso militarista-decadente actualmente en curso.
“La gente cree que las soluciones vienen de su
capacidad de estudiar sensatamente la realidad y de discernir. En
realidad, el mundo ya no funciona así. Somos un IMPERIO y creamos
nuestra propia realidad, cuando actuamos. Mientras tú estás
estudiando esa realidad, actuaremos de nuevo creando otras realidades
que también puedes estudiar. Somos los actores de la historia y a
vosotros sólo os queda estudiar lo que hacemos”. ( Karl Rove,
asesor de George W. Bush, verano de 2002 )(1)
Guerra y economía
En 1942 Michal Kelecki exponía el esquema básico de lo que
posteriormente fue conocido como “keynesianismo militar”.
Apoyándose en la experiencia de la economía militarizada de la
Alemania nazi, el autor señalaba las resistencias de las burguesías
de Europa y
Estados
Unidos a la aplicación de políticas
estatales de pleno empleo basadas en incentivos directos al sector
civil y su predisposición a favorecerlas cuando se orientaban hacia
las actividades militares (2)
Más adelante Kalecki ya en plena Guerra Fría describía las
características de lo que calificaba como triángulo hegemónico
del capitalismo
norteamericano que combinaba la prosperidad interna con
el
militarismo
descrito como convergencia entre gastos militares, manipulación
mediática de la población y altos niveles de empleo (3).
Esta línea de reflexión, a la que se adhirieron entre otros
Harry Magdoff, Paul Baran y Paul Sweezy, planteaba tanto el éxito a
corto-meddio plazo de la estrategia de “manteca + cañones”
(“
Guns and Butter Economy”) que fortalecía al mismo
tiempo la cohesión social interna de los
Estados
Unidos
y su presencia
militar global, como sus límites e inevitable agotamiento a largo
plazo.
Sweezy y Baran pronosticaban (acertadamente) hacia mediados de los
años 1960 que uno de los límites decisivos del sistema provenía de
la propia dinámica tecnológica del keynesianismo militar, pues la
sofisticación técnica creciente del armamento tendía
inevitablemente a aumentar la productividad reduciendo sus efectos
positivos sobre el empleo y que la cada vez más costosa carrera
armamentista tendría efectos nulos o incluso negativos sobre el
nivel general de ocupación (4). Es lo que se hizo evidente desde
fines de los años 1990, cuando se inició una nueva etapa de gastos
militares ascendentes que continúa en la actualidad, marcando el fin
de la era del keynesianismo militar.
Ahora, el desarrollo en los
Estados
Unidos
de la industria de armas y sus áreas asociadas
incrementa el gasto público causando déficit fiscal y
endeudamiento, sin contribuir a aumentar en términos netos el nivel
general de empleo.
En realidad, su peso financiero y su radicalización tecnológica
contribuyen de manera decisiva a mantener altos niveles de
desocupación y un crecimiento económico nacional anémico o
negativo transformándose así en un catalizador que acelera y
profundiza la crisis del
Imperio
(5).
Por otra parte los primeros textos referidos a la llamada
“economía de la guerra permanente” aparecieron en los
Estados
Unidos
a comienzos de los años 1940. Se trataba de una visión
simplificadora que, por lo general, subestimaba los ritmos y atajos
concretos de la historia, pero que hoy resulta sumamente útil para
comprender el desarrollo del
militarismo
a largo plazo.
Hacia 1944 Walter Oakes definía una nueva fase del
capitalismo
donde los gastos militares ocupaban una posición central; no
se trataba de un hecho coyuntural impuesto por la Segunda Guerra
Mundial en curso, sino de una transformación cualitativa integral
del sistema capitalista cuya reproducción ampliada universal durante
más de un siglo había terminado por generar
masas de excedentes
de capital que no encontraban en las potencias centrales espacios
de aplicación en la economía civil productora de bienes y servicios
de consumo y producción.
La experiencia de los años 1930, como señalaba Oakes,
demostraba que ni las obras públicas del New Deal de Roosevelt en
los Estados Unidos, ni la construcción de autopistas en Alemania
nazi habían conseguido una significativa recuperación de la
economía y el empleo: sólo la puesta en marcha de la economía de
guerra, en Alemania primero y desde 1940 en los Estados Unidos, había
logrado dichos objetivos (6). En el caso alemán la carrera
armamentista terminó con una derrota catastrófica, en el caso
norteamericano la victoria no llevó a la reducción del sistema
militar-industrial sino a su expansión.
Al reducirse los efectos de la guerra, la economía de los Estados
Unidos comenzó a enfriarse y el peligro de recesión asomó su
rostro, pero el inicio de la guerra fría y luego la guerra de Corea
(1950) alejaron al fantasma abriendo un nuevo ciclo de gastos
militares.
En octubre de 1949 el profesor de la Universidad de Harvard
Summer Slichter, de gran prestigio en ese momento, señalaba ante una
convención de banqueros: “La Guerra Fría incrementa la demanda de
bienes, ayuda a mantener un alto nivel de empleo, acelera el progreso
tecnológico, todo lo cual mejora el nivel de vida en nuestro país.…
en consecuencia nosotros deberíamos agradecer a los rusos su
contribución a que el
capitalismo
funcione mejor que nunca en los Estados Unidos” .
Hacia 1954 aparecía la siguiente afirmación en la revista U.S.
News & World Report: “
¿Qué significa para el mundo de los
negocios la Bomba H?: un largo período de grandes ventas que se
incrementarán en los próximos años. Podríamos concluir con esta
afirmación: la bomba H ha arrojado a la recesión por la ventana”
(7).
Como señalaba a comienzos de los años 1950 T. N. Vance, uno los
teóricos de la “economía de la guerra permanente”, los Estados
Unidos habían ingresado en una sucesión de guerras que definían de
manera irreversible la orientación de la sociedad- Después de la
guerra de Corea,
sólo cabía esperar nuevas guerras (8).
En su texto fundacional de la teoría, Walter Oakes realizaba dos
pronósticos decisivos: la inevitablidad de una tercera guerra
mundial que ubicaba hacia 1960 y el empobrecimiento de los
trabajadores norteamericanos desde fines de los años 1940, provocado
por la dinámica de concentración de ingreso orquestada por el
complejo militar-industrial (9).
Podemos en principio considerar dichos pronósticos desacertados.
No se produjo la tercera guerra mundial aunque se consolidó la
Guerra Fría que mantuvo la ola militarista durante más de cuatro
décadas, a través se dos guerras regionales (Corea y Vietnam) y una
serie de pequeñas y medianas intervenciones imperiales directas e
indirectas. Cuando se esfumó la Guerra Fría, luego de un breve
intermedio en los años 1990, la guerra universal del
Imperio
prosiguió contra nuevos “enemigos” (“
guerras
humanitarias”, “guerra global contra el terrorismo”, etc.).
La oferta de servicios militares del “aparato militarista” y
las áreas asociadas al mismo, creaban e inventaban su propia
demanda.
Tampoco se produjo el empobrecimiento de las clases bajas de los
Estados Unidos. Por el contrario, la redistribución keynesiana de
ingresos se mantuvo hasta los años 1970. El nivel de vida de los
trabajadores y las clases medias mejoró sustancialmente, funcionó
la interacción positiva entre
militarismo
y prosperidad general. A eso contribuyeron varios factores: la
ampliación de la explotación de la periferia gracias a la
emergencia de los Estados Unidos como superpotencia debido a su
aparato militar, el restablecimiento de las potencias capitalistas
afectadas por la guerra (Japón, Europa Occidental) que se asociaron
en esta nueva era estrechamente a los Estados Unidos y el enorme
efecto multiplicador de los gastos militares sobre el consumo
interno, el empleo y la innovación tecnológica. Algunos de estos
factores, subestimados por Oakes, sí habían sido señalados a
mediados de los años 1960 por Sweezy y Baran (10).
Sin embargo la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca (1980)
marcó una ruptura en la tendencia (aunque ya desde los años 1970
habían aparecido los primeros síntomas) y se inició un proceso de
concentración de ingresos en menos manos que fue avanzando cada vez
más rápido en las décadas posteriores. Entre 1950 y 1980 el 1 %
más rico de la población de los Estados Unidos absorbía cerca del
10 % del Ingreso Nacional (entre 1968 y 1978 se mantuvo por debajo de
esa cifra) pero a partir de comienzos de los años 1980 esa
participación fue ascendiendo. Hacia 1990 llegaba al 15 % y en 2009
se aproximaba al 25 %.
Por su parte el 10 % más rico absorbía el 33 % del Ingreso
Nacional en 1950, manteniéndose siempre por debajo del 35 % hasta
fines de los años 1970, pero en 1990 ya llegaba al 40 % y en 2007 al
50 % (11).
El salario promedio fue ascendiendo en términos reales desde los
años 1940 hasta comienzos de los años 1970 en que comenzó a
descender y un cuarto de siglo más tarde había bajado en casi un 20
% (12). A partir de la crisis de 2007-2008 con el rápido aumento de
la desocupación se han acelerado la concentración de ingresos y la
caída salarial. Algunos autores utilizan el término “implosión
salarial” (13). Una buena expresión del deterioro social es el
aumento de los estadounidenses que reciben bonos de ayuda alimentaria
(“
food stamps”), dicha población indigente era de casi
3 millones en 1969 (en plena prosperidad keynesiana), y subió a
21millones en 1980, a 25 millones en 1995 y a 47 millones en 2012
(14).
Mientras tanto los gastos militares no dejaron de crecer,
impulsados por sucesivas olas belicistas incluidas en el primer gran
ciclo de “ la guerra fría” (1946-1991) y en el segundo ciclo de
la “guerra contra el terrorismo” y las “guerras humanitarias”
desde fines de los años 1990 hasta el presente : Guerra de Corea,
Guerra de Vietnam, “Guerra de las Galaxias” de la era Reagan,
Guerra de Kosovo, Guerras de Irak y Afganistán, etc.
Después de la Segunda Guerra Mundial podemos establecer dos
períodos bien diferenciados en la relación entre gastos públicos y
crecimiento económico (y empleo) en los Estados Unidos. El primero
abarca desde mediados de los años 1940 hasta fines de los años 1960
en el que los gastos públicos crecen y las tasas de crecimiento
económico se mantienen en un nivel elevado, son los años dorados
del keynesianismo militar. En el segundo los gastos públicos siguen
subiendo tendencialmente pero las tasas de crecimiento económico
oscilan en torno de una línea descendente, marcando la decadencia y
fin del keynesianismo: el efecto multiplicador positivo del gasto
público declina inexorablemente
hasta llegar al dilema sin
solución, evidente en estos últimos años de crecimientos
económicos anémicos,
donde la reducción del gasto estatal
tiene fuertes efectos recesivos mientras que su incremento (cada vez
menos posible) no mejora de manera significativa la situación.
De la misma manera que el “éxito” del
capitalismo
liberal en el siglo XIX produjo las condiciones de su crisis, su
superador keynesiano también ha generado los factores de su
posterior decadencia.
La marcha exitosa del capitalismo liberal concluyó con una
gigantesca
crisis de sobreproducción y sobreacumulación de
capitales que desató rivalidades interimperialistas y
militarismo
que estalló bajo la forma de Primera
Guerra Mundial (1914-1918).
La “solución” consistió en la
expansión del Estado, en especial su estructura militar.Alemania
y Japón fueron los pioneros.
La transición turbulenta entre el viejo y el nuevo sistema duró
cerca de tres décadas (1914-1945) y de ella emergieron los Estados
Unidos como única superpotencia capitalista que integró
estratégicamente en su esfera de dominación a las otras grandes
economías del sistema. El keynesianismo militar norteamericano
aparece entonces como centro dominante de los Estados Unidos: el
centro del mundo capitalista.
Vance señalaba que “con el comienzo de la Segunda Guerra
Mundial los Estados Unidos y
el capitalismo mundial entraron en la
era de la Economía de la Guerra Permanente” (15). Es la
victoria definitiva del nuevo sistema capitalista, precedida por una
compleja etapa preparatoria iniciada en la segunda década del siglo
XX.
Su génesis está marcada por el nazismo, primer ensayo
exitoso-catastrófico de “keynesianismo militar”. Su trama
ideológica, que lleva hasta el límite más extremo el delirio de la
supremacía occidental, sigue aportando ideas a las formas
imperialistas más radicales de Occidente, como son los halcones de
George W. Bush o los sionistas neonazis del siglo XXI.
Por otra
parte, estudios rigurosos del fenómeno nazi han descubierto no solo
sus raíces europeas (fascismo italiano, nacionalismo francés, etc.)
sino también sus raíces norteamericanas (16). Aunque luego de
la guerra el triunfo de la economía militarizada en los Estados
Unidos cambió su rostro en “civil” y “democrático”,
ocultando sus undamentos bélicos.
La decadencia del keynesianismo militar tiene una primera
explicación en su hipertrofia y en la integración en un espacio
parasitario imperial más amplio, donde la trama financiera ocupa un
lugar decisivo.
En una primera etapa el aparato industrial-militar y su entorno se
expandió convirtiendo el gasto estatal en empleos directos e
indirectos, en transferencias tecnológicas dinamizadoras para el
sector privado, en garantía blindada de los negocios imperialistas
externos, etc.
Pero con el correr del tiempo, el ascenso de la
prosperidad imperial incentivó a una multiplicidad de formas
sociales que parasitaban sobre el resto del mundo al mismo tiempo que
tomaban cada vez mayor peso interno.
Además, el continuo crecimiento económico terminó provocando
saturaciones de mercados locales,
acumulaciones crecientes de
capital y concentración empresarial y de ingresos.
El capitalismo norteamericano y global se encaminaba hacia fines
de los años 1960 hacia una gran crisis de sobreproducción que
provocó perturbaciones importantes, las primeras bajo la forma de
crisis monetarias (crisis de la libra esterlina, fin del patrón
dólar-oro en 1971), luego energéticas (shocks petroleros de 1973-74
y 1979) acompañadas de desajustes inflacionarios y recesivos
(“
estanflación”).
En las décadas siguientes la crisis no fue superada sino
amortiguada, postergada a través de la superexplotación y el
saqueo de la periferia, la financierización, los gastos militares,
etc. Todo ello no reinstaló el dinamismo de la postguerra aunque
impidió el derrumbe. Suavizó la enfermedad a corto plazo,
agravándola a largo plazo.
La tasa de crecimiento real de la economía norteamericana fue
recorriendo de manera irregular una línea descendente y en
consecuencia sus gastos improductivos crecientes fueron cada vez
menos respaldados por la recaudación tributaria. Y al déficit
fiscal se le sumó el déficit del comercio exterior perpetuado por
la pérdida de competitividad global de la industria.
El
Imperio
se fue convirtiendo en un mega parásito
mundial, acumuló deudas públicas y privadas ingresando en un
círculo vicioso ya visto en otros imperios decadentes; el
parasitismo degrada al parásito, lo hace más y más dependiente del
resto del mundo, lo que exacerba su intervencionismo global, su
agresividad militar.
El mundo es demasiado grande desde el punto de vista de sus
recursos concretos (financieros, militares, etc.) pero el logro del
objetivo históricamente imposible de dominación global es su única
posibilidad de salvación como Imperio.
Los gastos militares y el parasitismo en general aumentan, los
déficits crecen, la economía se estanca, la estructura social
interna se deteriora… lo que Paul Kennedy definía como “
excesiva
extensión imperial” (17)
es un hecho objetivo determinado
por las necesidades imperiales que opera como una trampa histórica
de la que el Imperio no puede salir.
Gastos militares
Los gastos militares de los Estados Unidos aparecen subestimados
en las estadísticas oficiales. En 2012 los gastos del Departamento
de Defensa llegaron a unos 700 mil millones de dólares, si a los
mismos se les adicionan los gastos militares que aparecen integrados
(diluidos) en otras áreas del Presupuesto (Departamento de Estado,
USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias de seguridad,
pagos de intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los 1,3
billones (millones de millones) de dólares (18). Esa cifra equivale
a casi el
9 % del Producto Interior Bruto, al 50 % de los
ingresos fiscales previstos, al 100 % del déficit fiscal.
Esos gastos militares reales representaron casi el 60 % de los
gastos militares globales aunque si les sumamos los de sus socios de
la OTAN y de algunos países vasallos extra-OTAN como Arabia Saudita,
Israel o Australia se llegaría como mínimo al 75 % (19)
A partir del gran impulso inicial en la Segunda Guerra Mundial y
el descenso en la inmediata postguerra los gastos militares reales
norteamericanos oscilaron alrededor de una tendencia ascendente
atravesando cuatro grandes olas belicistas: la guerra de Corea a
comienzos de los años 1950, la guerra de Vietnam desde los años
1960 hasta mediados de los años 1970, la “
guerra de las
galaxias” de la era Reagan en los años 1980 y las guerras
“humanitarias” y “contra el terrorismo” de la post guerra
fría.
El keynesianismo militar del Imperio ha quedado en el pasado,
pero la idea de que guerra externa y prosperidad interna van de la
mano sigue dominando el imaginario de vastos sectores sociales en los
Estados Unidos, son restos ideológicos sin base real en el presente
pero útiles para la legitimación de las aventuras bélicas.
Néstor Kirchner, ex presidente de Argentina, reveló en una
entrevista con el director Oliver Stone para su documental “South
of the Border”, que el ex presidente de los Estados Unidos George
W. Bush estaba convencido de que la guerra era la manera de hacer
crecer la economía de los Estados Unidos. El encuentro entre ambos
presidentes se produjo en una cumbre en Monterrey, México, en enero
de 2004, y la versión del presidente argentino es la siguiente: “
Yo
dije que la solución a los problemas en este momento, le comenté a
Bush, es un Plan Marshall. Y él se enojó. Dijo que el Plan Marshall
es una idea loca de los demócratas y que la mejor forma de
revitalizar la economía es la guerra. Y que los Estados Unidos se
han fortalecido con la guerra” (20).
Recientemente Peter Schiff, presidente de la consultora financiera
“Euro Pacific Capital” escribió un texto delirante ampliamente
difundido por las publicaciones especializadas cuyo título lo dice
todo.” ¿Porque no otra Guerra mundial?” (21). Comenzaba su
artículo señalando el consenso entre los economistas de que la
Segunda Guerra Mundial permitió a los Estados Unidos superar la Gran
Depresión y que si las guerras de Irak y Afganistán no consiguieron
reactivar de manera durable a la economía norteamericana se debe a
que “
dichos conflictos son demasiado pequeños para ser
económicamente importantes”.
Si enfocamos el análisis en relación con los gastos militares,
el PIB y el empleo, constataríamos lo siguiente: los gastos
militares pasaron de 2800 millones de dólares en 1940 a 91 mil
millones en 1944, lo que impulsó el crecimiento del PIB nominal de
101 mil millones de dólares en 1940 a 214 mil millones en 1944 (se
duplicó en solo cuatro años)- La tasa de desocupación apenas bajó
del 9 % en 1939 al 8 % en 1940 pero en 1944 había caído al 0,7 %
El primer salto importante en los gastos militares se produjo entre
1940 y 1941 cuando pasaron de 2800 millones de dólares a 12700
millones equivalentes al 10 % del PIB (22) proporción bastante
parecida a la de 2012 (U$ 1,3 billones, aproximadamente 9 % del
PBI). Esto significa que el gasto militar de 1944 equivalía a unas
siete veces el de 1941. Si trasladamos ese salto a cifras actuales
eso significa que el gasto militar real de los Estados Unidos debería
llegar en 2015 a unos 9 billones (millones de millones) de dólares
equivalentes por ejemplo a siete veces el déficit fiscal de 2012.
La sucesión de incrementos en el gasto público entre 2012 y
2015 acumularía una gigantesca masa de déficits que ni los
ahorradores norteamericanos ni los del resto del mundo estarían en
condiciones de cubrir comprando títulos de deuda de un imperio
enloquecido.
Schift recuerda en su texto que los ahorradores norteamericanos
compraron durante la Segunda Guerra Mundial 186 mil millones de
dólares en bonos de deuda pública equivalentes al 75 % de la
totalidad de gastos del gobierno federal entre 1941 y 1945
concluyendo que esa “proeza” es hoy imposible.
Simplemente, nos explica Schift llevando al extremo su
razonamiento siniestro, no hay de donde obtener el dinero necesario
para poner en marcha una estrategia militar-reactivadora similar a la
de 1940-45.
En realidad esa imposibilidad es mucho más fuerte. La economía
de los Estados Unidos de 1940 estaba dominada por componentes
productivos, principalmente industriales, sin embargo actualmente el
consumismo, toda clase de servicios parasitarios (empezando por la
maraña financiera), la decadencia generalizada de la cultura de
producción, etc. nos indican que ni aún aplicando una inyección de
gastos públicos equivalente a la de 1940-45 se podría lograr una
reactivación de esa envergadura.
El parásito es demasiado
grande, su senilidad está muy avanzada, no hay ninguna medicina
keynesiana que lo pueda curar o que por lo menos sea capaz de
restablecer una parte significativa de su vigor juvenil.
Privatización, informalización y elitización.
El lumpen-imperialismo.
La guerra asiática, la más ambiciosa de la historia de los
Estados Unidos, fracasó tanto desde el ángulo político-militar
como del económico.La estrategia de dominación de la franja
territorial que va desde los Balcanes hasta Pakistán pasando por
Turquía, Siria, Irak, Iran y las ex repúblicas soviéticas de Asia
central se encuentra hoy empantanada. Sin embargo, su desarrollo
permitió transformar el dispositivo militar del Imperio convirtiendo
su maquinaria de guerra tradicional en un sistema flexible, a medio
camino entre las estructuras formales regidas por la disciplina
militar convencional y las informales que agrupan una maraña
confusa de núcleos operativos oficiales y bandas de mercenarios.
El proceso de integración de mercenarios a las operaciones
militares tiene antecedentes en los tramos finales de la guerra fría,
la organización de los “contras” en Nicaragua y de los
“muyahidines” en Afganistán pueden ser considerada , en los años
1970 y 1980 como primeros pasos en las nuevas estrategias de
intervención. Decenas de miles de mercenarios fueron en esos casos
entrenados, armados y financiados con resultados exitosos para el
Imperio.
Según diversos estudios sobre el tema, los Estados Unidos y
Arabia Saudita gastaron unos 40 mil millones de dólares en las
operaciones afganas (donde comenzó su carrera internacional el por
entonces joven ingeniero Osama Bin Laden) asestando un golpe
decisivo a la URSS (23).
Otro paso importante fueron las guerras étnicas en Yugoslavia
durante los años 1990, donde los Estados Unidos y sus aliados de la
OTAN, principalmente Alemania, desarrollaron una compleja tarea de
desintegración de ese país cuyo éxito se apoyó en la utilización
de mercenarios. El caso más notorio fue el de guerra de Kosovo donde
se destacó el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo) cuyos
integrantes eran principalmente reclutados desde redes mafiosas
(tráfico de drogas, etc.) bajo el mando directo de la CIA,
extendiendo sus lazos hasta el ISI (Servicio de Inteligencia de
Pakistán). Actualmente, el “Estado” kosovar “independiente”
aparece vinculado con la intervención de la OTAN en Siria. En Junio
de 2012 el ministro de relaciones exteriores de Rusia exigía el cese
de las operaciones de desestabilización de Siria realizadas desde
Kosovo (24).
Estas nuevas prácticas de intervención fueron acompañadas por
un cuidado proceso de reflexión de los estrategas imperiales debido
a la derrota en Vietnam. La “Guerra de Baja Intensidad” fue uno
de sus consecuencias.
Y las teorizaciones en torno a la llamada
“Guerra de Cuarta Generación (4GW)” consolidaron la nueva
doctrina en cuyo escrito fundacional (1989), redactado por William
Lind y tres miembros de las fuerzas armadas de los Estados Unidos y
publicado en el “
Marine Corps Gazete” (25),
se borran
las fronteras entre las áreas civil y militar: toda sociedad
enemiga, en especial su identidad cultural, pasa a ser el objetivo de
la guerra.
La nueva guerra es definida como descentralizada, poniendo el
énfasis en la utilización de “fuerzas militares no estatales”
( paramilitares) y empleando tácticas de desgaste propias de las
guerrillas,etc. A ello se agrega
el empleo intenso del sistema
mediático , tanto orientándolo contra la sociedad enemiga como
abarcando a la llamada “opinión pública global” (el pueblo
enemigo es al mismo tiempo atacado psicológicamente y aislado del
mundo) y un combinado de acciones de guerra de alto nivel
tecnológico. En este último caso se trata de aprovechar la
gigantesca brecha tecnológica existente entre el Imperio y la
periferia para golpear sin peligro de respuesta. Es lo que los
especialistas denominan confrontación asimétrica
(
high-tech/no-tech).
Las estadísticas oficiales referidas a los mercenarios son por lo
general confusas y parciales, de todos modos algunos datos
provenientes de fuentes gubernamentales, civiles o militares, pueden
ilustrarnos acerca de la magnitud del fenómeno. En primer lugar el
Departamento de Defensa, principal contratista de mercenarios,
incrementó su presupuesto destinado a esos gastos cerca de un 100 %
entre el 2000 y el 2005. Para ello empleó modalidades propias de las
grandes empresas transnacionales como la tercerización y la
relocalización de actividades, lo que produjo una gigantesca
expansión de negocios privados consagrados a la guerra… y
financiados por el Estado. Generadores a su vez de intrincados
entramados de corrupciones y corruptelas (26).
El llamado “Mando Central” militar de los Estados Unidos (US
CENTCOM) dio a conocer recientemente algunos datos significativos:
los mercenarios contratados reconocidos en el área de Medio
Oriente-Asia Central llegan a 137 mil trabajando directamente para el
Pentágono, de los cuales sólo unos 40 mil serían ciudadanos
norteamericanos. Según datos del Departamento de Defensa sumando
los datos de Afganistán e Irak se estaría en el terreno unos 175
mil soldados regulares y 190 mil mercenarios: el 52 % del total (27).
A estas cifras debemos añadir, en primer lugar, a los mercenarios
contratados en otras áreas del Gobierno norteamericano, como el
Departamento de Estado. A ello hay que sumar los contratos en zonas
del mundo como África donde el AFRICOM (mando militar norteamericano
en ese continente) ha incrementado exponencialmente sus actividades
durante el último lustro. Además debemos incorporar a esa suma a
los mercenarios actuando bajo el mando estratégico norteamericano
contratados por países vasallos como las petromonarquías del Golfo
Pérsico visible en los casos de Libia y Siria. Hay que añadir
también los mercenarios operando en otras regiones de Asia y en
América Latina.
Pero la cuenta no termina aquí, ya que a ese total es necesario
agregar a las redes mafiosas y/o paramilitares que reúnen a un
“personal disponible” en todos los continentes que se
autofinancia gracias a actividades ilegales (drogas, prostitución,
etc.) protegidas por diversas agencias de seguridad norteamericanas
como la DEA o “ Agencias de Seguridad Privada”, muy presentes
por ejemplo en América Latina, legalmente establecidas en los países
periféricos, y estrechamente vinculadas a agencias privadas
norteamericanas y/o a la DEA, la CIA u otros organismos de
inteligencia del Imperio.
Y la lista sigue. Recientemente apareció publicada en el
“
Washington Post” referencia considerada como secreta
(Top Secret America) sobre las agencias de seguridad que informa
acerca de la existencia actual de 3202 agencias de seguridad (1271
públicas y 1931 privadas) que emplean a unas 854 mil personas
trabajando en temas de “antiterrorismo”, seguridad interior e
inteligencia en general, instaladas en unos 10 mil domicilios en el
territorio de los Estados Unidos (28).
Sumando las cifras mencionadas y evaluando datos ocultos, algunos
expertos hablan de un total aproximado (dentro y fuera del territorio
de los Estados Unidos) próximo al millón de personas. Algunas de
estas personas trabajan en la periferia haciendo espionaje,
desarrollando manipulaciones mediáticas, activando “redes
sociales”, etc. Comparemos ese dato con las aproximadamente 1
millón 400 mil personas que conforman el sistema militar público
del Imperio.
Por su parte las tropas regulares han sufrido un rápido
proceso de ruptura respecto de las normas militares convencionales,
conformando comandos de intervención inscriptos en una dinámica
abiertamente criminal. Es el caso del llamado JSOC,
Comando
Conjunto de Operaciones Especiales (Joint Special Operations
Commando). Este comando secreto en línea directa con los de mandos
del Presidente y del Secretario de Defensa está autorizado a
elaborar su lista de futuros asesinatos, tiene su propia división de
inteligencia, su flota de drones y aviones de reconocimiento, sus
satélites e incluso sus grupos de ciber-soldados capaces de atacar
redes de internet y dispone de numerosas unidades operativas.
Creado en 1980 fue silenciado por su estrepitoso fracaso en Irán
cuando trató de rescatar al personal de la embajada norteamericana
en Teherán, pero fue resucitado recientemente. En 2001 disponía de
unos 1800 miembros, actualmente llegan a 25 mil. En los últimos
tiempos ha realizado operaciones letales en Irak, Pakistán,
Afganistán, Siria, Libia y muy probablemente en México y Colombia,
etc. Se trata de un grupo de “escuadrones de la muerte” de
alcance global, autorizado para realizar operaciones ilegales, desde
asesinatos individuales o masivos hasta sabotajes, intervenciones
propias de guerra psicológica, etc.
En Septiembre de 2003 Donald Runsfeld había dictado una
resolución colocando al JSOC en el centro la estrategia
“antiterrorista” global y desde entonces su importancia ha ido en
ascenso pasando hoy a ser bajo la presidencia del premio nobel de la
paz Barak Obama, una suerte de ejercito clandestino de claro perfil
criminal a las órdenes directas del Presidente (29).
Las fuerzas de intervención de los Estados Unidos tienen hoy dia
un sesgo claramente privado-clandestino. En plena “Guerra de Cuarta
Generación” funcionan cada vez más al margen de los códigos
militares y las convenciones internacionales.
Un reciente articulo de Andrew Bacevich describe las etapas de
esta mutación que se ha producido durante la pasada década y que
culminan actualmente en lo que el autor denomina “Era Wickers” (
apellido del actual subsecretario de inteligencia del Departamento de
Defensa) orientada a la eliminación física de “ el enemigo”
mediante el uso dominante de mercenarios, con campañas mediáticas,
y actuaciones en las redes sociales.
Todo ello destinado a
desestructurar organizaciones y sociedades consideradas hostiles.
A comienzos del pasado año, la entonces Secretaria de Estado
Hillary Clinton pronunció una frase que no requiere mayores
explicaciones: “Los Estados Unidos se reservan el derecho de atacar
en cualquier lugar del mundo a todo aquello que sea considerado como
una amenaza directa para su seguridad nacional” (30).
Si añadimos a esta orientación mercenaria-gangsteril del
Imperio, otros aspectos como la financierización integral de su
economía dominada por el cortoplacismo, la acumulación acelerada de
marginales y desintegración social interna ya que con una población
total que representa el 5 % de la mundial tiene una masa de presos
equivalentes al 25 % del total de personas encarceladas en todo el
planeta, etc., llegaríamos a la conclusión de que estamos en
presencia de una suerte de
lumpen-imperialismo
dominado por intereses parasitarios y embarcado en una lógica
destructiva de su entorno que a su vez va degradando sus bases de
sustentación interna (31).
La ilusión del metacontrol del caos.
Podríamos establecer la convergencia entre las hipótesis de la
“
economía de guerra permanente” y la del “
keynesianismo
militar”. Durante este último que representó la primera
etapa del fenómeno (aproximadamente entre 1940 y 1970) se produjo la
prosperidad imperial cuyos últimos logros ya mezclados con los
síntomas de la crisis se prologaron hasta el final de la guerra
fría. A esa etapa floreciente le sigue una segunda post keynesiana
caracterizada por la dominación financiera, la concentración de
ingresos, la caída salarial, la marginalización social y la
degradación cultural. En en general donde el aparato militar opera
como un acelerador de la decadencia provocando déficits fiscales, y
endeudamientos públicos.
La opción por la privatización de la guerra aparece como una
respuesta “
eficaz” a la declinación del espíritu de
combate de la población (dificultades crecientes en el reclutamiento
forzado de ciudadanos a partir de la derrota de Vietnam). Sin embargo
el remplazo del ciudadano-soldado por el soldado-mercenario o la
presencia decisiva de este último termina tarde o temprano por
provocar serios daños en el funcionamiento de las estructuras
militares: no es lo mismo administrar a ciudadanos normales que a una
masa de delincuentes.
Cuando el lumpen, los bandidos predominan en un ejército, el
mismo se convierte en un ejército de bandidos. Y un ejército de
bandidos ya no es un ejército. El potencial disociador de los
mercenarios es a largo plazo de casi imposible
control
y su carencias en el combate no pueden ser compensadas sino muy
parcialmente por despliegues tecnológicos sumamente costosos y de
resultado incierto.
La conformación de fuerzas clandestinas no-mercenarias de élite,
respaldadas por un aparato tecnológico sofisticado capaz de
descargar golpes puntuales demoledores contra el enemigo, como es el
caso del
JSOC, son buenos instrumentos terroristas pero no
remplazan las funciones de un ejército de ocupación y a mediano
plazo (muchas veces a corto plazo) terminan por fortalecer el
espíritu de resistencia del enemigo.
Podríamos sintetizar de manera caricaturesca a la nueva
estrategia militar del Imperio a partir del predominio de diversas
formas de “
guerra informal” combinando mercenarios (muchos
mercenarios) con escuadrones de la muerte (tipo
JSOC),
bombardeos masivos, drones,
control
mediático global, asesinatos tecnológicamente sofisticados de
dirigentes periféricos. La guerra se elitiza, se transforma en un
conjunto de operaciones mafiosas, se aleja físicamente de la
población norteamericana y su cúpula dominante empieza a percibirla
como un juego virtual dirigido por gangsters.
Por otra parte la adopción de estructuras mercenarias y
clandestinas de intervención externa como forma dominante tiene
efectos contraproducentes para el sistema institucional del Imperio
tanto desde el punto de vista del
control
administrativo de las operaciones como de las modificaciones (y de la
degradación) en las relaciones internas de poder. El comportamiento
gangsteril, la mentalidad mafiosa termina por apoderarse de los altos
mandos civiles y militares y se traduce al comienzo en acciones
externas, periféricas y más adelante (rápidamente) en ajustes de
cuentas, en conductas habituales al interior del sistema de poder.
El horizonte objetivo (más allá de los discursos y convicciones
oficiales) de la “
nueva estrategia” no es el
establecimiento de sólidos regímenes vasallos, ni la instalación
de ocupaciones militares duraderas controlando territorios de manera
directa sino más bien
desestabilizar, quebrar estructuras
sociales, identidades culturales, degradar o eliminar dirigentes, las
experiencias de Irak y Afganistán (y México) y más recientemente
las de Libia y Siria confirman esta hipótesis.
Se trata de
la estrategia del caos periférico, de la
transformación de naciones y regiones más amplias en áreas
desintegradas, balcanizadas, con estados- fantasmas, clases sociales
(altas, medias y bajas) profundamente degradadas sin capacidad de
defensa, sin resistencia ante los poderes políticos y económicos de
Occidente que podrían así depredar impunemente sus recursos
naturales, mercados y recursos humanos (residuales).
Este I
mperialismo
tanático del siglo XXI, se corresponde con tendencias
desintegradoras en las sociedades capitalistas dominantes, en primer
lugar la de los Estados Unidos. Esas economías han perdido su
potencial de crecimiento, hacia finales de 2012. Luego de un lustro
de crisis financiera oscilaban entre el crecimiento anémico (Estados
Unidos), el estancamiento girando hacia la recesión (la Unión
Europea) y la contracción productiva (Japón).
Los estados, las empresas y los consumidores están aplastados por
las deudas, la suma de deudas públicas y privadas representan más
del 500 % del Producto Bruto Interno en Japón e Inglaterra y más
del 300 % en Alemania, Francia y los Estados Unidos donde el gobierno
federal estuvo en 2011 al borde de hacer fallida. Y por encima de
deudas y sistemas productivos financierizados existe una masa
financiera global equivalente a unas veinte veces el Producto Bruto
Mundial, motor dinamizador, droga indispensable del sistema que ha
dejado de crecer desde hace aproximadamente un lustro y cuyo desinfle
tratan de impedir los gobiernos de las potencias centrales.
Se presenta a la opinión pública la ilusión de una suerte de
metacontrol estratégico desde las grandes alturas, desde las cumbres
de Occidente sobre las tierras bajas, periféricas, donde pululan
miles de millones de seres humanos cuyas identidades culturales e
instituciones son vistas como obstáculos a la depredación.
Las elites de Occidente, el Imperio hegemonizado por los Estados
Unidos, están cada día más convencidas de que dicha depredación
prolongará su vejez, alejará el fantasma de la muerte.
El caos periférico aparece a la vez como el resultado concreto de
sus intervenciones militares y financieras (producto de la
reproducción decadente de sus sociedades) y como la base de feroces
depredaciones.
El gigante imperial busca beneficiarse del caos pero termina por
introducir el caos entre sus propias filas. La destrucción deseada
de la periferia no es otra cosa que la autodestrucción del
capitalismo como sistema global, su pérdida veloz de racionalidad.
La fantasía acerca del metacontrol imperialista del caos
periférico expresa una profunda crisis de percepción, la creencia
de que los deseos del poderoso se convierten fácilmente en hechos
reales, lo virtual y lo real se confunden conformando un enorme
pantano psicológico.
En realidad la “
estrategia” de metacontrol imperial del
caos, sus formas operativas concretas la convierten en una maraña de
tácticas que tienden a conformar un todo crecientemente incoherente,
prisionera del corto plazo. Lo que pretende convertirse en la nueva
doctrina militar, en un pensamiento estratégico “ innovador” que
responde a la realidad global, actual para facilitar la dominación
imperialista del mundo no es otra cosa que una ilusión desesperada
generada por la dinámica de la decadencia. Bajo la apariencia de
ofensiva estratégica, se observan los manotazos
históricamente defensivos de un sistema cuya cúpula imperial va
perdiendo la capacidad de aprehensión de la totalidad real.
La
razón de estado se va convirtiendo en un delirio criminal
extremadamente peligroso dado el gigantismo tecnológico de los
Estado Unidos y sus socios europeos.
www.ecoportal.net
Notas
(*), Conferencia dictada en el Seminario “Nuestra América y
Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de
Enero de 2013.
(1), Ron Suskind, “Without a doubt: faith, certainty and the
presidency of George W. Bush”, The New York Times, 17-10-04.
(2), Su exposición desarrollada en la Marshall Society
(Cambridge) en la primavera de 1942 fue publicada el año siguiente.
Michal Kalecki, “Political Aspects of Full Unemployment”,
Political Quaterly, V 14, oct.-dec. 1943.
(3), Michal Kalecki, The Last Phase in the transformation of
Capitalism, Monthly Review Press, Nueva York, 1972.
(4), Paul Sweezy & Paul Baran, Monopoly Capital, Monthly
Review Press, Nueva York, 1966.
(5), Scoot B. MacDonald, “Globalization and the End of the Guns
and Butter Economy”, KWR Special Report, 2007.
(6), Oakes, Walter J., “Towards a Permanent War Economy?”,
Politics, February 1944.
(7), Ambas citas aparecen en el texto de John Bellamy Foster,
Hannah Holleman y Robert W. McChesney, “The U.S. Imperial Triangle
and Military Spending”, Monthly Review, October 2008.
(8), Vance, T. N. 1950, “After Korea What? An Economic
Interpretation of U.S. Perspectives”, New International,
November–December; Vance, T. N. 1951, “The Permanent Arms
Economy”, New International.
(9), Oakes, Walter J, artículo citado.
(10), Paul Sweezy & Paul Baran, libro citado.
(11), Thomas Piketty & Emmanuel Saez, “Top Incomes and the
Great Recession: Recent Evolutions and Policy Implications”, 13th
Jacques Polak Annual Research Conference, Washington, DC?November
8–9, 2012.
(12), Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.
(13), Lawrence Mishel and Heidi, “The Wage Implosion”,
Economic Policy Institute, June 3, 2009.
(14), FRAC, Food Research and Action Center- SNAP/SNAP/Food Stamp
Participation ().
(15), Vance T. N, “The Permanent War Economy”, New
International, Vol 17, Nº 1, January-February 1951.
(16), Doménico Losurdo, “Las raices norteamericanas del
nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos
Aires.
(17), Paul Kennedy, “Auge y caída de las grandes potencias”,
Plaza & James, Barcelona, 1989.
(18), Chris Hellman, “$ 1,2 Trillon: The Real U.S. National
Security Budget No One Wants You to Know About”, Alert Net, March
1, 2011.
(19), Fuentes: SIPRI, Banco Mundial y cálculos propios.
(20), El video de la entrevista Kirchner-Stone publicado por
Informed Comment/Juan Cole está localizado en:
-angrily-said-war-would-grow-us-economy.html&ei=BYYCUYCnC4P88QSX3oGACA
(21), Peter D. Schiff, “Why Not Another World War ?”,
Financial Sense, 19 Jul 2010.
(22), Vance T. N, 1950, artículo citado en (14).
(23), Dilip Hiro, “The Cost of an Afghan 'Victory'”, The
Nation, 1999 February 15.
(24), “Una delegación de la oposición siria viajó a Kosovo,
en abril de 2012, para la firma oficial de un acuerdo de intercambio
de experiencias en materia de guerrilla antigubernamental”. Red
Voltaire, “Protesta Rusia contra entrenamiento de provocadores
sirios en Kosovo”, 6 de Junio de 2012.
(25), William S. Lind, Colonel Keith Nightengale (USA), Captain
John F. Schmitt (USMC), Colonel Joseph W. Sutton (USA), and
Lieutenant Colonel Gary I. Wilson (USMCR), “The Changing Face of
War: Into the Fourth Generation”, Marine Corps Gazette, October
1989.
(26), David Isenberg, “Contractors and the US Military Empire”,
Rise of the Right, Aug 14th, 2012.
(27), David Isenberg, “Contractors in War Zones: Not Exactly
“Contracting”, TIME U. S., Oct. 09, 2012.
(28), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America. A
hidden world, growing beyond
control”,
Washington
Post, July 19, 2010.
(29), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America, A
look at the military's Joint Special Operations
Command”, The Washington Post, September 2, 2011.
(30), Andrew Bacevich, “Uncle Sam, Global Gangster”,
TomDispatch.com, February 19, 2012.
(31), Narciso. Isa Conde, “Estados neoliberales y delincuentes”,
Aporrea, 20/01/2008, .
Karen DeYoung and Karin Brulliard, “As U.S.-Pakistani relations
sink, nations try to figure out ‘a new normal’”, The Washington
Post /National Security, January 16, 2012.